En las postrimerías de la última recesión, el sociólogo alemán Heinz Bude acude a la experiencia del miedo para comprender la situación social de nuestro tiempo, convencido de que el miedo “es un concepto que recoge lo que la gente siente, lo que es importante para ella, lo que ella espera y lo que la lleva a la desesperación”.
Nuestra época maneja el miedo en expresiones como “no quedarse atrás”, “esto es un punto crítico” o “aún queda mucho por lograr”. Pero si vamos a su origen próximo, seguramente fue Roosevelt quien alumbró en 1933 la idea de que absorber el miedo era la tarea más noble del Estado (en adelante, del bienestar). No obstante, al combatir el miedo ante la privación de derechos y oportunidades, este Estado genera otros nuevos, pues, como explica Bude, “el destino individual es cada vez en mayor medida expresión de las buenas o malas elecciones a lo largo de la trayectoria vital”.
El miedo del hombre contemporáneo, en todo caso, no proviene de un análisis de su situación objetiva, sino de la desventaja comparativa con otros. El sujeto actual, dirigido por la aprobación ajena, anhela vínculos estables, pero –en un entorno de relaciones de usar y tirar y de ausencia de familias extensas– opta por diversificar el riesgo y asumir que lo mejor es elegir una pareja para cada fase de la vida. Esto no anula el miedo al otro, ya que siempre me puede abandonar, no corresponder con la misma intensidad o ser una mala elección. Ni tampoco borra el anhelo de pertenecer a alguien. Tan solo lo resitúa en otro lugar, a saber, en las relaciones entre padres e hijos y entre hermanos, “las únicas relaciones irrescindibles que quedan hoy”. Un capítulo clave, este, para entender el fenómeno de la sobreprotección de los hijos o hyper-parenting (ver Aceprensa, 28-03-2016 y 17-02-2017).
Bude analiza también los miedos relacionados con el trabajo y la promoción personal, la clase social a la que se pertenece y las emociones públicas, entre otros. Y recuerda que, a ese miedo ancestral a regresar al modesto origen de los antepasados, hoy se añade lo incierto del ascenso social, que no solo amenaza a una clase media que cada vez exige más seguridad y necesidades cubiertas, sino también a la clase baja que copa los trabajos en el sector servicios.
El método que sigue a lo largo de sus breves capítulos incardina a Bude en una tradición que, usando la fórmula de Robert Nisbet, contempla la sociología como un arte interpretativo sobre la realidad, una ciencia melancólica nacida del sueño del hombre por vivir en una sociedad confiadamente y sin miedo. La referencia inmediata del ensayo es la sociedad alemana, pero la agudeza de sus observaciones y la sorprendente habilidad del autor para evocar situaciones de nuestro mundo apelando tácitamente a la complicidad del lector, colocan este ensayo por encima de la media y prueban que hay ciertas verdades –también las sociológicas– que no pueden hallarse ni expresarse de otro modo que no sea a través de la experiencia.