Beck puso en circulación en 1986 una propuesta de caracterización de la sociedad en que vivimos que denominó “sociedad del riesgo”. Desde entonces, su “sociedad del riesgo” ha sido comentada (y sobre todo citada) por científicos sociales (sociólogos y politólogos, particularmente) de todo el mundo para aplaudirla, matizarla o contradecirla. Pero casi nadie la ha ignorado. Se ha convertido en una de las más difundidas descripciones de la sociedad en los comienzos de nuestro siglo.
En los veinte años transcurridos, las amenazas (reales o aparentes; surgidas o construidas) han dado mayor predicamento a las explicaciones de Beck. Sobre todo tres de ellas: terrorismo internacional, crisis económica global y cambio climático. Se trata de riesgos apenas perceptibles en la vida cotidiana de las personas concretas, pero que transforman nuestras vidas con medidas preventivas o correctoras que serían inaceptables si no existiera una cierta percepción (social, personal, mediática) del riesgo terrorista, de una crisis económica o de una crisis ecológica global. El riesgo “global” transforma nuestra vida “personal”.
En este libro Beck insiste en explicar que lo que nos contó hace veinte años, siendo acertado, no era suficiente porque lo esencial de su teoría requiere un desarrollo a la luz de los cambios de las últimas dos décadas. Sostiene que algunos puntos de su discurso actual sobre la sociedad del riesgo son nuevos, por ejemplo, “la diferencia entre riesgo y catástrofe y la diferencia entre catástrofe-consecuencias indirectas y catástrofe premeditada (esto es, entre riesgos globales ecológicos y económicos, por una parte, y riesgos terroristas por otra)”.
Pero, sobre todo, lo que diferencia el propio autor como principal aportación es su reflexión sobre “la escenificación de los riesgos globales”. Así, titula uno de los capítulos “Sensación de guerra, sensación de paz: la escenificación de la violencia”. En la sociedad contemporánea la guerra tiene que producir “sensación de paz” (no ocurre nada cerca de casa, no hay ruido, no hay fuego, no hay victimas)… y, paradójicamente, para organizar la guerra es preciso que en tiempo de paz haya sensación de guerra (alguien está a punto de atacar, estamos todos gravemente amenazados, es necesario que nos registren, y vemos repetidamente escenas de terrorismo en nuestro televisor). Algo semejante tiene que percibirse con los riesgos ante posibles colapsos del sistema financiero o con aquellos que se derivan de los problemas medioambientales.
El texto es, en ocasiones, algo redundante e innecesariamente extenso, pero estamos en ante un interesante esfuerzo de puesta al día de una de las teorías más influyentes del pensamiento social del momento.