Destino. Barcelona (2002). 258 págs. 13,25 €. Traducción: Ferran Meler Ortí.
Entre los «locos» de la informática, los crackers son los que «piratean» programas e inventan virus que se difunden por Internet. El hacker es distinto, precisa Pekka Himanen. Paradigma de la comunidad hacker es la surgida en torno a Linux, el sistema operativo gratuito creado por Linus Torvald, que firma el prólogo de este libro. Linux se desarrolla continuamente a base del trabajo voluntario de los hackers: cualquiera puede aportar mejoras, a condición de que las ponga gratis a disposición de todos.
El título, deliberado contrapunto a la célebre obra de Max Weber (La ética protestante y el espíritu del capitalismo), revela el planteamiento del autor. Himanen parte de la idea de que la ética protestante del capitalismo está presente en la nueva economía de la información, y a ella se opone la ética del hacker. La originalidad de Himanen estriba en su tesis de que la mentalidad hacker puede extenderse a cualquier faceta de la vida. Así, quien es competente y entusiasta en una materia, y pone a disposición de los demás su saber, es un hacker.
Entre los rasgos de la ética hacker destacan el aprecio por la creatividad; el trabajo por afición y pasión, no por lucro; el libre acceso a la información, y la cooperación directa entre individuos. Esta moral del trabajo implica también una concepción distinta de los recursos -el tiempo, ante todo- y los beneficios. La ética del capitalismo lleva a la idea de un tiempo laboral regular, es decir, la organización del tiempo centrada en el trabajo. Por el contrario, la ética hacker se basa en el ejercicio apasionado de una actividad y en la plena libertad de ritmos personales.
Los beneficios, en el capitalismo de la era de la información, se cifran en el dinero. La información es negocio, mercancía. En cambio, para el hacker, la información es un extraordinario bien que debe ser compartido. Himanen concluye que se necesitan más hackers en todos los ámbitos de la vida. Los hackers son el fermento de un nuevo orden que primará la libertad de acción, la privacidad para proteger que cada cual elija su estilo de vida personal y el rechazo de la receptividad pasiva a favor del ejercicio activo de las propias pasiones.
El análisis y la propuesta de Himanen son verosímiles en la medida en que la economía «se inmaterializa» y las cosas ceden la primacía a la información. Pero también suena utópica esa especie de absorción del trabajo en el voluntariado por la que el libro aboga. Y no parece justo menospreciar la regularidad laboral a que están sujetos quienes no son hackers, como si la «rutina» diaria no pudiera ser también servicio a los demás y medio de expresar ideales. La creatividad está, antes que en el régimen o las condiciones del trabajo, en la persona que lo realiza.
Raúl Mayoral Benito