El Acantilado. Barcelona (2005). 327 págs. 18 €. Traducción: Miguel Temprano García.
William Henry Hudson nació (1841) en Quilmes (provincia de Buenos Aires), de padres norteamericanos. En torno a los treinta años se nacionalizó en Inglaterra, y murió en Londres (1922). Comenté ya su maravilloso libro «Allá lejos y tiempo atrás» (ver servicio 33/04), que habla tanto de pájaros y otros animales. A quienes lo hayan leído les bastará con que diga que «La tierra purpúrea» es una peculiar continuación. Habla menos de pájaros, mucho menos, y más de malas pasiones humanas, mucho más: infidelidad, soberbia, sensualidad exacerbada, guerra, odio, muerte…, y de buenas pasiones: humildad, generosidad, fraternidad, amor…
El autor, Richard, un joven de unos 25 años, se ha casado clandestinamente -se trata de un relato autobiográfico de ficción, si cabe decirlo así- con una menor, Paquita, y huyen los dos a Montevideo, donde les acoge una tía de ella. Él tiene que buscar y encontrar trabajo, y va por distintas haciendas de la tierra purpúrea, Uruguay. Las aventuras que suceden a Richard, variadas y coloristas, son el asunto y argumento del libro. Teniendo en cuenta el año en que nació el autor, y que en la novela tiene más o menos esa edad antes indicada, cronológicamente habría que reconocer el ambiente de revueltas y sublevaciones en que se encuadra el libro tras las sucesivas presidencias uruguayas: de Pereira, de Berro, y del interinato de Aguirre, es decir: durante o al final de la dictadura de Flores (1865-1868). Pero eso sería dar más verosimilitud histórica que la que quiere y tiene «La tierra purpúrea».
La narración es muy singular por su exotismo; amena, por la variedad de sucesos, con ese barniz de crónica histórica. La belleza de las cosas que en «Allá lejos…» es lírica -pájaros distintos, árboles y flores, ríos y amaneceres-, aquí es belleza bronca, hermosos paisajes sí, y alados seres vivos, pero en la ansiedad de un peligro, de la fatiga, la amenaza… El periplo de Richard Lamb es por la geografía humana, agresiva, inquietante o receptora y amable, siempre ardua, y que sólo en contados momentos de descanso bajo la luna o de contemplación ante un atardecer se abre en una comunión apacible con todas las bellezas del Creador. Pero me atrevería aun a decir que el verdadero periplo de Ricard Lamb tiene lugar dentro de las fronteras del mundo interior, del yo de W.H. Hudson, escritor.
Pedro Antonio Urbina