¿Estamos preparando adecuadamente a los jóvenes para encarar la vida adulta o los estamos protegiendo demasiado? En este interesante ensayo, el psicólogo americano Jonathan Haidt y el experto en libertad de expresión Greg Lukianoff abordan esta pregunta y ofrecen pistas interesantes para padres y educadores.
Cada vez en mayor número, muchos estudiantes se muestran reacios a exponer sus opiniones y a discutirlas con franqueza en la universidad, donde asistimos en los últimos años a una restricción de la libertad de expresión. De un tiempo a esta parte, lo que debería ser el “gimnasio de la mente” está lleno de personas que rehúyen el debate y el pensamiento crítico, curioso fenómeno para la universidad.
Los autores creen que esta situación se debe a tres ideas equivocadas que se han introducido en el subconsciente de muchos jóvenes, y no tan jóvenes, que creen defender una visión generosa e inclusiva de la educación. La primera: lo que no te mata te hace más débil (huir de toda dificultad). La segunda: debes confiar siempre en tus sentimientos (siendo muy susceptible). Y por último: la vida es una lucha entre las personas buenas y las malas (y tú perteneces a los buenos).
Sin embargo, este libro valiente y riguroso muestra que esta forma de pensar, que puede parecer beneficiosa porque protege al individuo y halaga su propio instinto, contradice en realidad el bienestar del ser humano. Esa falsa cultura de la seguridad, que aleja de los argumentos que causan disgusto, interfiere en el desarrollo social, emocional e intelectual de los jóvenes. Y les hace más difícil recorrer el camino, con frecuencia complejo y tortuoso, que conduce a la vida adulta.
“Muchos jóvenes nacidos después de 1995, los que han ido llegando a las universidades a partir de 2013, son frágiles, hipersusceptibles y maniqueos. No están preparados para encarar la vida, que es conflicto, ni la democracia, que es debate. Van de cabeza al fracaso”, señalan en este ensayo, que reflexiona también sobre esa cultura terapéutica que se ha extendido en los campus.
Haidt y Lukianoff no se limitan a realizar un diagnóstico; también proporcionan valiosos consejos para que ayudar a los jóvenes a superar esa forma de pensar. Como los músculos o los huesos, los niños son “antifrágiles”, lo cual quiere decir que necesitan estresores y desafíos para aprender, adaptarse y crecer. Si los protegemos de toda clase de experiencias potencialmente perturbadoras, los haremos incapaces de lidiar con dichos sucesos cuando sean mayores. Por otra parte, conviene estar prevenidos contra las distorsiones cognitivas más frecuentes en las que incurren los adolescentes, encerrados en el razonamiento emocional (“no soy bueno, mi mundo es desolador y no hay esperanza en mi futuro”). Pero los autores previenen también frente a la cultura de la acusación pública y la mentalidad de “nosotros contra ellos”, que hace olvidar que, como decía Solzhenitsyn, la línea que divide el bien y el mal atraviesa el corazón de todo ser humano.
Asimismo, los autores muestran con datos y estudios los perjuicios del smartphone y las redes sociales en edades tempranas, el impacto que ha tenido en la formación de los jóvenes el declive del juego libre no supervisado, y reflexionan sobre la salud mental de nuestros jóvenes. Es significativo que dediquen el libro a sus madres, es decir, a quienes les ayudaron a ellos a prepararse para la vida.