Ernesto Gil Pérez, alias “Tito”, es un hombre con una voz prodigiosa, capaz de hipnotizar al auditorio con su interpretación de los versos de Lorca y sus lecturas dramatizadas de grandes obras de teatro. Desde niño, tenía un don innato para la interpretación. Sabía de memoria fragmentos del Lazarillo y del Quijote, escenas de Lope y Calderón, los lamentos de Edipo, sainetes, romances de ciego y monólogos de Shakespeare. “Era salir él y empezar a hablar, y al instante cesaban los murmullos, y hasta los comedores de palomitas y de pipas quedaban en silencio, hechizados todos por el ensalmo de su voz”, escribe Landero.
Tito, el protagonista de la nueva novela de Landero, está inspirado en una persona real, del mismo nombre, que ahora tiene 85 años y que trabajó como abogado en una gestoría con el sueño de convertirse algún día en artista. Estudió en la Escuela de Arte Dramático de Madrid y allí lo conoció el autor, que lo tuvo como alumno en los años 70, y llegaron a realizar varias giras juntos, por Estados Unidos y Marruecos, en las que el escritor (antes de serlo) le acompañó con la guitarra.
Es sabido que a Landero le atraen los personajes perdedores, los pícaros y buscavidas que beben de la tradición literaria española. La última función es un homenaje a estos bohemios “poseídos por el demonio del arte” que quieren triunfar y se quedan por el camino. El autor reivindica así el valor de hacer las cosas por el puro placer y entusiasmo de hacerlas, al margen de los cánones del éxito oficial y de la recompensa económica.
En La última función, Landero fabula sin ataduras de estilo ni complicaciones de trama. Plantea una estructura sencilla, con una narración ágil que recupera la vida de Tito desde sus inicios, hasta que se cruza con Paula, otra soñadora con una innegociable vocación de actriz.
Asegura Landero que tenía ganas de escribir una historia que fuese como uno de esos relatos que se transmiten de manera oral, como los cuentos que oía de niño o las leyendas que se contaban alrededor de un fuego, y en este sentido cumple su cometido: esta novela se lee con gusto y ritmo, y se intuye el afán del autor por el mero hecho de ficcionar, sin reflexiones morales, digresiones ni revelaciones íntimas.