En este excepcional ensayo literario, Juan Villoro (Ciudad de México, 1956), escritor de altura, hace de la erudición una obra de arte. Con una prosa brillante y ágil, con un conocimiento exhaustivo y profundo de tantas y tantas lecturas, nos lleva de la mano hasta las entrañas de la literatura, allí donde el placer tiene su oportunidad. El título surge del lema que los hermanos Grimm pusieron a la recopilación de sus cuentos: “Entonces, cuando desear todavía era útil”. La literatura busca esa utopía, un mundo intangible donde la eficacia dependa del deseo.
El viaje al que nos invita Villoro va de la orilla europea a la latinoamericana, de Defoe, Gógol, Dostoievski, Karl Kraus y Peter Handke, a Usigli, Onetti, Cortázar, Ibargüengoitia y Monsiváis, entre otros. De forma magistral, nos muestra la naturalidad (uno de los artificios literarios más difíciles de lograr) del autor de Robinson Crusoe; el realismo, capaz de exacerbar la percepción, de Dostoievski, pues el auténtico artista no imita la naturaleza, sino que le agrega algo; el sarcasmo de Karl Kraus, que afirma cosas como: “¡Quien tenga algo que decir, que dé un paso adelante y que se calle!”; la reflexión inmersa en la vida de Peter Handke.
Desde la “patria de la mejor hora del hombre”, como llamara Cortázar a Europa, Villoro pasa a la otra orilla, donde nos sumerge en las vidas y las obras de autores que conoce bien, como Juan Carlos Onetti, cuya ficción es siempre íntima (“esta vida donde yo actúo y escribo pero no existo”); Manuel Puig, explorador de las posibilidades naturales del habla que “parece escribir por teléfono”; García Márquez, cuyo “quijotismo tímido” consiste en trasformar la realidad con la mirada para inventar asombros; Rodolfo Usigli, el primer dramaturgo profesional de México; Jorge Ibargüengoitia, cuyo humor deriva de actuar con sensatez en un entorno absurdo, como un ingeniero que calcula extravagancias; Carlos Monsiváis, periodista crítico, “doctor honoris causas perdidas”, que admira la fuerza expresiva de lo que critica.
La última parte la dedica Juan Villoro a jugosos comentarios sobre la literatura infantil, el arte de la traducción y la relación entre literatura y medicina (“La pluma y el bisturí”). La buena literatura infantil no es un mero instrumento de enseñanza, sino un estímulo para que el lector aprenda por cuenta propia. C. S. Lewis decía que “si una historia infantil solo es disfrutada por los niños, es una mala historia infantil”. Villoro se pregunta cómo acercar a los niños a la lectura, y responde que no hay nada tan eficaz como transformarla en una forma de afecto. Lo que en todo caso consigue el autor con estas reflexiones literarias es que se despierte en nosotros ese deseo de leer que, ab initio, es el deseo más útil.