Tusquets. Barcelona (2005). 312 págs. 20 €.
Su anterior novela, «Soldados de Salamina» (ver servicio 69/01), ha sido uno de los éxitos más llamativos de la literatura española de los últimos años. Hasta la fecha se han vendido más de un millón de ejemplares, se ha traducido a veinte lenguas y tiene ya su versión cinematográfica. Pero no se trata de un «best-seller» más. Además de vender mucho, ha conseguido el respaldo unánime de la crítica.
Este insólito éxito ha influido inevitablemente en la redacción de su nueva novela. Cercas sabe que se espera mucho de él y que las comparaciones van a ser continuas. Por eso no ha tenido prisa para publicar «La velocidad de la luz». Como en «Soldados de Salamina», vuelve a repetir la fórmula autobiográfica con un narrador que tiene muchos rasgos del propio autor, quizá la mejor forma de mentir con aplomo y de conseguir verosimilitud.
Cuenta las peripecias de un aspirante a escritor que pasa dos años impartiendo clases en Urbana, una ciudad del Medio Oeste norteamericano. En su universidad conoce al también profesor Rodney Falk, el verdadero protagonista, una persona reservada, excéntrica, asocial, lector voraz, apasionado de Hemingway, que carga a cuestas con su secreta -y trágica- experiencia de ex combatiente en Vietnam. Lo que parece un conocimiento casual, destinado al olvido, se convierte en la futura clave de su existencia, pues Rodney Falk desaparece sin dejar rastro. A su regreso a España, el aspirante a escritor se convierte en novelista de éxito. Sin embargo, el destino le juega una mala pasada y es entonces cuando cobra sentido la vida de Rodney Falk. Rodney se convierte en una obsesión existencial y literaria que le ayuda a salir del pozo, pues acepta el reto de convertir en novela su historia y su relación.
Como sucediera en «Soldados de Salamina», tienen una especial importancia las reflexiones sobre la literatura, la propia novela y su proceso de construcción. La trama es ingeniosa y también es interesante los paralelismos entre las vidas de Rodney y el narrador, aunque la parte del argumento que transcurre en Estados Unidos suena a lejana y a tópica. Se abusa de los ingredientes de la estética de los perdedores; tanto Rodney como el narrador, cuando pierden pie, abusan de unos comportamientos morales que funcionan como clichés, restando grandeza a su carácter y personalidad. Sus crisis existenciales son, por eso, un tanto artificiales, literarias y epidérmicas.
«La velocidad de la luz» es una novela difícil y ambiciosa. Pero Cercas ha conseguido sortear las dificultades con inteligencia, construyendo un relato que reflexiona sobre la amistad, el oficio de escritor y la falsedad del éxito o el fracaso.
Adolfo Torrecilla