Tusquets. Barcelona (2005). 200 págs. 15 €. Traducción: Javier Albiñana.
Han pasado diecisiete años de matrimonio y François Donge creía llevar una vida feliz junto a su esposa Bébé. Nadie podría imaginar que, un domingo de verano, mientras disfrutaba del sol en el jardín de su magnífica residencia, su bella mujer trataría de asesinarlo echándole arsénico en el café. Mientras se recupera del envenenamiento en la cama del hospital, el protagonista repasa su vida junto a Bébé y se va dando cuenta de las enormes grietas que existían entre los dos. ¿Qué pudo suceder para que aquella muchacha hermosa, rica y aparentemente dichosa, se viera impulsada a cometer un crimen frustrado? La rudeza, la falta de sensibilidad del marido van saliendo poco a poco a la luz. A los ojos del lector la víctima acaba convirtiéndose en culpable.
El creador de Maigret también supo infundir un clima de intriga y tensión a sus novelas serias. Aquí se cuenta el penoso proceso de desempolvamiento de una conciencia dormida por el egoísmo, a la vez que una historia criminal en la que cumplen un papel esencial algunos elementos como los interrogatorios, la investigación y, por fin, el juicio que, por cierto, encierra un veredicto sorprendente. Otras virtudes clásicas de Simenon reaparecen con la seguridad que da el oficio de uno de los narradores más fecundos del siglo XX: la sobriedad descriptiva, las dotes de observación o la ausencia de juicios de valor por parte del narrador.
Sin embargo, la cualidad más brillante de esta obra reside en la idea de situar a la víctima, el marido envenenado, como el centro desde donde se proyecta la narración. Sin echar mano al recurso fácil de la primera persona, Simenon deja que el punto de vista de su protagonista -cínico, calculador, insensible- vaya prevaleciendo sobre el de todos los personajes. No obstante, ni siquiera la vaciedad de François Donge sirve para hacer de él una caricatura. En su misma búsqueda de la verdad por encima de todo hay ya una grandeza. En ese camino de purificación moral y de conocimiento de las personas, se irá encontrando con gente que, sin proponérselo, le da lecciones: la monja encargada de cuidarlo en el hospital o el juez, honrado padre de familia, tan diferente de él.
Simenon, a pesar de que nunca fue precisamente ejemplar en su vida afectiva, trazó en esta novela de 1952 una inteligente defensa de los valores del matrimonio, como la fidelidad, el cariño o la comprensión. Poniendo el punto de mira en el hombre, habitualmente menos dotado para la comunicación, la novela lanza una acusación contra la falta de sensibilidad, defecto que para muchos es ante todo masculino.
Javier de Navascués