Ricardo Moreno se suma con esta obra al elenco de literatos que rinden tributo a un género con entidad propia como es el de los libros sobre libros. Profesor de Matemáticas y doctor en Filosofía, Moreno siempre ha hecho gala de su amor por la literatura en su obra anterior: desde sus magníficos ensayos sobre educación (Panfleto pedagógico y De la buena y la mala educación), hasta sus breves tratados sobre la estupidez humana y sobre la felicidad.
Moreno admite ya en la introducción que probablemente lo más valioso de este texto son las citas ajenas, pero, como todo escritor, alberga el deseo de aportar su originalidad para deleite del lector. Si bien el contenido no sorprende a los apasionados por la literatura, sí vertebra los recuerdos sapienciales de manera fluida, distribuyéndolos en capítulos con un enfoque más personal.
El amor de una vida por los libros se inicia con una dieta equilibrada en la que no han de faltar los clásicos, aquellos libros que serán siempre contemporáneos, tenga la edad que tenga el lector, o los que merezcan ser releídos. Para Moreno es la ficción esa facultad que nos permite percibir la tercera dimensión de la realidad de nuestras vidas sin correr el peligro de desfallecer en cada aventura que vivimos a través de las páginas de un libro.
Los autores son quienes escriben, pero en la mayoría de los casos sus obras cobran fuerza propia hasta el punto de que reconocen, como hace Bernanos refiriéndose a Diario de un cura rural: “Estimo este libro como si no lo hubiese escrito yo”. De igual forma, Moreno afirma que la belleza y la forma hacen perdurable en el tiempo una obra mientras que la “intención semántica” la hace pasar de moda con facilidad. Y cita a Hemingway: “Cuando quiero enviar un mensaje, voy a la oficina de correos”.
El autor defiende sin ambages la labor de los críticos frente a la opinión de García Márquez, que los tacha de meros “intermediarios”. Los compara con esos amigos que te dejan su linterna cuando andas un poco a oscuras o que te dicen dónde debes colocarte para apreciar mejor un paisaje que ellos conocen bien.
Entre los beneficios de la lectura, en esta obra se apunta la posibilidad de conocer la historia de Europa a través de la novela histórica y se sugiere un abanico interesante de títulos con los que un profesor de historia podría alentar a sus alumnos.
Para terminar, Moreno comparte con los lectores sus estrategias para contagiar su amor por la literatura a sus hijos a quienes, entre otras muchas cosas, leía cuentos cuando eran pequeños y sostenía un libro en las manos para que percibieran que de aquel objeto salía la magia de las palabras. “Que te cuenten historias y saber contarlas es bueno, casi indispensable para nuestra vida”.