La vida lograda

Alejandro Llano

GÉNERO

Ariel. Barcelona (2002). 203 págs. 12 €.

En un panorama marcado por la fragmentación y la parcialidad de las propuestas éticas, un libro como este de Alejandro Llano constituye un contrapunto orientador por su visión integradora, que aspira a recuperar el sentido más genuino de la reflexión moral: la indagación de lo que hace de la vida humana algo digno de ser vivido; empresa que rápidamente coincide con esta otra: a qué bienes he de otorgar primacía en mi vivir cotidiano. Desde esta perspectiva, Llano va repasando los candidatos más plausibles -dinero, placer, poder…-, al hilo de una argumentación que actualiza de manera original el planteamiento aristotélico, sin por ello dejar de matizarlo en puntos importantes (como la alta valoración del amor, originalmente cristiana, así como de las llamadas por MacIntyre «virtudes de la dependencia reconocida»).

La vida lograda es un libro dirigido a un público amplio, mayoritariamente joven: cabe apreciarlo no sólo en el humor con el que está escrito, sino también en la manera misma de presentar los temas. La exposición discurre al hilo de una reflexión personal, de vez en cuando interrumpida por las oportunas preguntas de un interlocutor imaginario, que, en su papel de abogado del diablo, permite ir aclarando ideas y despejando posibles perplejidades. Pues si en lo fundamental las cuestiones esenciales que deciden el rumbo de una vida han sido siempre las mismas, es cierto, sin embargo, que a cada hombre y a cada generación se le plantean de manera novedosa y con matices particulares. En este sentido, es mérito del libro el saber descender oportunamente a las cuestiones éticas más candentes hoy en día -retos planteados por la bioética, la globalización, etc.-, sin abandonar su original tono expositivo.

Aunque por su estilo se aparta conscientemente del discurso académico, varias ideas clave estructuran toda la argumentación. Me refiero, en primer lugar, al acierto que supone situar claramente la ética en el horizonte de la vida lograda: y no decimos «feliz», porque las connotaciones de este término en la actualidad seguirían justificando en parte las prevenciones kantianas contra el eudemonismo. No: vida lograda es la de aquel que, en medio de los azares de la vida, alcanza a dar lo mejor de sí mismo; en lo cual va implícito que la felicidad no puede ser algo que sencillamente «me pase», sino algo en lo que yo como ser libre tome parte activamente.

Otra idea destacable del libro, que en mi opinión subyace a todo el discurso, es la idea de verdad práctica: «En la acción humana -escribe Llano- lo recto es siempre lo correcto, y lo correcto equivale aquí estrictamente a lo corregido. La recta razón es la razón correcta. Lo cual implica que mi comportamiento no está sometido a unas leyes inmutables y externas, sino que soy yo quien creativamente descubro la norma que he de aplicar a cada coyuntura vital. No hay dos operaciones iguales. La conducta humana nunca es pura rutina».

En tercer lugar, resalta la importancia que se concede en el libro a la vida social, como condición para el desarrollo humano. Llano evita la dialéctica individuo-comunidad por superación, apelando a una palabra tantas veces mal interpretada: espíritu. Pues, como él mismo destaca, «espíritu es simultáneamente intimidad y apertura, lo más privado y lo más manifiesto, evanescente en apariencia y extraordinariamente real. Me parece que del abuso romántico del recurso al espíritu, y de la cerril reacción materialista contra él, proceden buena parte de los malentendidos que dificultan hoy la articulación de la persona con la sociedad» (pp. 38-39).

Finalmente, la necesidad de integrar bienes, virtudes y normas, a fin de que el discurso ético no pierda conexión con la vida práctica. El enfoque de Llano permite resaltar la conexión entre estos aspectos: «El seguimiento de normas que, de un modo u otro, se encuadran en la ley natural contribuye decisivamente a que se establezca esa especie de connaturalidad o empatía entre mí mismo como agente moral y los bienes correspondientes a las virtudes (…): las leyes éticas poseen una fuerza educativa. Facilitan que lo bueno me parezca bueno y que lo malo me parezca malo. No se agota la moral, según sabemos, en el cumplimiento de normas o reglas. Pero, si no las conozco y procuro cumplirlas, lo que Aristóteles llamaba el ‘ojo del alma’, mi capacidad de discernimiento moral se oscurece y comienzo enseguida a confundir entre apariencias y realidades» (p. 125).

Distinguir el bien real y el bien aparente es desde Platón la tarea principal de la ética: una tarea que acaso adquiera prioridad en un mundo como el nuestro, superpoblado de «realidades virtuales», que a menudo oscurecen con su brillo el resplandor más auténtico de bienes cuyo único «defecto» es su misma cercanía. El libro de Llano es un intento renovado de distinguir bien real y bien aparente en las circunstancias actuales. Merece la pena leerlo.

Ana Marta González

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