Castalia. Madrid (2003). 216 págs. 14,90 €.
Hay que alegrarse por la reedición de esta obra clásica de la literatura hispanoamericana. Teresa de la Parra (1889-1936) era una mujer culta, cosmopolita, gran viajera, pero muy identificada con su tierra venezolana, de cuyas letras es una de las figuras más valiosas. En este libro publicado en 1929, su obra más importante, hay muchos rasgos de su infancia en el rancho de su familia no muy lejos de Caracas. La narración ofrece el texto, supuestamente aligerado, de las memorias de Mamá Blanca, cuando era niña, en Piedra Azul, la gran hacienda de su familia, rodeada por sus padres, por sus hermanas y por las personas que trabajaban en la finca. El libro se cierra con la descripción de la pérdida del paraíso, cuando la familia se instala en Caracas después de la venta del predio.
En el trasfondo, hay una defensa de los bienes espirituales y de las tradiciones propias de la zona frente al empuje del positivismo, en los aspectos que ella considera negativos. No se trata de una idealización de la infancia o de la vida en el campo ni de un libro nostálgico, aunque no le falten matices románticos, sobre todo en la figura de la madre. La autora intenta analizar el presente con sentido crítico y destacar lo bueno del pasado ante los grandes cambios que se vislumbran gracias al progreso de la técnica.
El estilo, lleno de naturalidad, refleja el candor de la visión infantil de los acontecimientos, con muchos rasgos de humor y de afecto hacia personas de muy variada condición, retratadas con gran viveza. Las descripciones de costumbres y de ambientes son precisas, con atinadas comparaciones y poéticas imágenes. Nunca resultan farragosas y denotan la gran sensibilidad y las dotes de observación de la autora.
La introducción sobre la vida y la obra de Teresa de la Parra, las notas a pie de página y el vocabulario final de venezolanismos y americanismos sitúan la narración en su contexto y facilitan la comprensión de este libro clásico que merece la pena saborear.
Luis Ramoneda