Alfaguara. Madrid (2007). 202 págs. 18 €. Traducción: Pilar del Río.
«Un adulto escribe memorias de adulto, acaso para decir: Miren qué importante soy. He hecho memorias de niño, y me he sentido niño haciéndolas: quería que los lectores supieran de dónde salió el hombre que soy. Así que me centré en unos años, de los cuatro a los quince». Con estas palabras, explica el escritor portugués José Saramago la intención de su nuevo libro, «Las pequeñas memorias».
Saramago ha escrito un libro sobre la infancia y la adolescencia, de ahí el título del libro y la cita con que se abre de «El Libro de los Consejos»: «Déjate llevar por el niño que fuiste». Como novedad, y a diferencia, por ejemplo de otro libro reciente de memorias infantiles y adolescentes, «El viento de la Luna», de Antonio Muñoz Molina (ver servicio 95/06), Saramago opta por el punto de vista juvenil, sin transformar sus recuerdos en una excusa para la ideología.
El Nobel portugués nació en 1922 en Azinhaga, un pequeño pueblo de Ribatejo, aunque a los dos años se traslada a Lisboa, donde su padre busca nuevas oportunidades para la familia. Sin embargo, Azinhaga no queda aparcada ni sepultada; Saramago pasa allí la mayoría de sus vacaciones, junto a sus abuelos. En Azinhaga, sitúa sus raíces. En Lisboa, la familia no llevó una vida fácil, cambiando constantemente de piso y viviendo en condiciones muy modestas. Al acabar los estudios primarios, estudió cerrajería mecánica, quizás el camino más rápido par encontrar un trabajo y ayudar a la economía familiar.
Aunque Saramago hable de su familia, de sus padres y familiares, de la relación con los vecinos y de su iniciación a la vida en todos los sentidos, estas memorias no tienen un afán biográfico, es decir, no son el escrupuloso relato de su infancia y adolescencia. De hecho, en muchos momentos el autor reconoce su falta de memoria y los vacíos de los recuerdos. Prefiere dejar que la memoria, siempre selectiva, recupere instantáneas que han quedado fijadas para siempre. Esos mínimos recuerdos no son siempre sucesos sustanciales; la mayoría se refieren a episodios aislados que adquieren en su libro el valor de símbolo de una etapa de su vida.
El tono, por lo general, es nostálgico, cordial, poético, íntimo, cercano, familiar. Hay excelentes recuerdos, como los de su abuelo, quien fue abrazando y despidiéndose de los árboles de su casa cuando ya veía cercano el momento de su muerte. También habla de su iniciación a la lectura, de la relación con sus padres y de la prematura muerte de su hermano Francisco.
No ha querido Saramago añadir a estos recuerdos reflexiones de más enjundia sobre sus pensamientos, su formación o sobre la historia y políticas portuguesas. Tampoco hay, salvo leves chispazos irónicos, comentarios ideológicos. Esto hace que sus memorias ganen en autenticidad y frescura, aunque se echa en falta un mayor contenido narrativo.
Adolfo Torrecilla