William James (1842-1910) era un destacado exponente del «cristianismo sin Iglesia» o, en general, de la religión sin organización ni dogmas. Para él, la religión propiamente dicha es la experiencia religiosa individual, que existe ante todo en ciertas personas que la viven de modo intenso. James desarrolló sus tesis en Variedades de la experiencia religiosa (Varieties of Religious Experience, 1902). Un siglo más tarde, el filósofo canadiense Charles Taylor (1931) revisa esta obra y completa el análisis con oportunas incursiones en La voluntad de creer (The Will to Believe, 1897).
Taylor subraya la vigencia que conservan muchas ideas de James, en quien admira la hondura al describir las vivencias subjetivas del creyente. James es actual porque es un moderno típico, que percibe muy vivamente los envites planteados a la fe por la sociedad y la cultura secularizadas. Ya no es posible refugiarse en la religión institucional; creer exige una decisión muy personal, no la adhesión mecánica al culto colectivo y a las tradiciones. Desde esta perspectiva, James, moderno y creyente, resuelve a favor de la fe, con una aguda crítica al agnosticismo.
Pero la revisión de Taylor encuentra parcial y estrecha la concepción de James. La tensión entre religiosidad «personal» y religiosidad «institucional» es casi constante desde la Edad Media y aun antes. James toma partido por la opción derivada de la devotio moderna en versión claramente pietista y protestante. Así, dice Taylor, es ciego al valor de la otra corriente, que por su parte saca a la luz otros aspectos, no menos reales, del fenómeno religioso. Más en particular, se le escapa la versión católica de la comunión (cuerpo místico), que ofrece un «equilibrio» entre lo individual y lo compartido. Además, nadie puede entender ni explicar a otros su experiencia religiosa subjetiva sin por lo menos recurrir a un lenguaje específico que por fuerza es colectivo. Toda innovación parte de una herencia y se eleva sobre una armazón recibida. También en religión, lo comunitario es tan nativo como lo individual.
El último siglo subraya los aciertos de James y también delata las limitaciones de su planteamiento. Por una parte, en las sociedades occidentales se ha producido una difusión masiva de los principios individualistas, sobre todo con las sacudidas de los años sesenta, según el análisis que Taylor hace de esta historia. Sin embargo, en la era que ha entronizado el yo, no todo es New Age, religiosidad blanda y superficial. Experiencias muy vivas de fe se dan ahora en movimientos –evangélicos, pentecostales…– que suscitan adhesiones personales entusiastas a la vez que acentúan los vínculos comunitarios. Muchos, si bien no tantos como antes, siguen hallando su particular patria espiritual en las Iglesias. Esta nueva situación, mixta, indica que sería prematuro dar por muertos el compromiso moral y el dogma.