Siegfried Lenz nació en 1926 en Lyck (Ełk en polaco), entonces en la Prusia Oriental alemana. Participó en la Segunda Guerra Mundial, aunque acabó desertando y se refugió en Dinamarca. En 1945 se instaló en Hamburgo, donde estudió Filosofía y Literatura. Ejerció como periodista y crítico literario, y su nombre está asociado al Grupo 47 (del que formaron también parte Heinrich Böll, Günter Grass, Uwe Johnson…). Además de Lección de alemán (1968), sus obras más importantes son La pérdida (1981), Campo de maniobras (1985), el libro de relatos El usurpador (1987) y La prueba acústica (1993). Otras obras destacadas y reeditadas recientemente en castellano son El legado de Arne, Qué tierno era Suleyken y los relatos que componen El barco faro. Lenz fue también un reconocido dramaturgo. Falleció en 2014.
En varias novelas emplea Lenz el punto de vista de un personaje disminuido o algo desequilibrado, como en Campo de maniobras o en La prueba acústica, aunque donde luce más su destreza en no sustituir a su narrador es en Lección de alemán, inspirada en el caso real del pintor expresionista Emil Nolde. Como en otros miembros del Grupo 47, hay en Lenz una fuerte presencia de la culpa de la sociedad alemana por su pasividad con el régimen de Hitler, con la progresiva extensión del mal. Lenz convirtó esa culpa en la materia literaria de muchas de sus novelas; es una culpa que aplasta y para la que no parece haber redención posible.
Siggi Jepsen, muchacho alemán recluido en un reformatorio, debe hacer una redacción sobre “las alegrías del deber”. Al escribir, incansablemente va descubriendo su complejo mundo interior dentro de su sencilla –en apariencia– vida en un pueblo del mar del Norte. El drama estalla cuando Siggi tiene que intervenir en el choque entre su padre, fanático y policía, y un pintor marginado por el nazismo, al que el joven admira y quiere.
Es una novela densa y sólida, en la que el estudio psicológico de los protagonistas se apoya en detalles pequeños, que van configurando su personalidad. Los retratos de los personajes tienen auténtica vida y componen como un coro de tragedia. Destaca especialmente el papel del paisaje, que imprime carácter a los habitantes de la región.
Quizá en algún momento la novela parezca excesivamente prolija, pero en conjunto posee una magnífica calidad. Resulta extraña la apatía de los personajes ante una situación tan dramática como el fin de la guerra y la entrada de las fuerzas de ocupación. El protagonista encarna una serie de frustraciones reales o imaginarias, expuestas con un sentido de lo patético especialmente bello.