Mick Herron (Reino Unido, 1963) se dio a conocer con Caballos lentos. Leones muertos es en parte continuación de la anterior, ya que los personajes son los mismos, todos ellos espías británicos que cometieron algún error en su trabajo y han sido enviados a la llamada Casa de la Ciénaga, apartados de cualquier asunto importante. La novela muestra sus caracteres, sus errores, sus defectos, pero también la buena pasta de la que están hechos y su lealtad al servicio, a pesar de estar relegados a tareas mínimas.
Estos singulares personajes son presentados de manera original por medio de un gato que recorre la casa y describe a cada uno de ellos: Moody, Ho, Standish, Harper, Guy, White y River Cartwright. Así, hasta llegar al último piso, donde está el despacho del jefe, Jackson Lamb, un personaje singular. Espía en los tiempos duros de la guerra fría, es un jefe que se hace respetar, y eso que son constantes sus faltas de educación y su manera de humillar a los que le rodean.
A raíz de la muerte de un espía, oficialmente certificada como natural, Lamb comienza una investigación propia, pues sospecha que ha sido asesinado. Por otra parte, Webb, un jefe de Regent’s Park, la sede central de los espías, encarga a dos miembros de la Ciénaga que protejan a un millonario ruso que visita Inglaterra y puede ser un interesante activo para la inteligencia británica. Las dos historias corren en paralelo y en las dos hay un crescendo de la acción. La historia del espía muerto abre toda una investigación de espías durmientes –“leones muertos”– que llevan tiempo en Inglaterra actuando como ciudadanos normales.
Las historias se van alternando y a través de la acción se conoce mejor a los personajes. La narración es a veces lenta, con altibajos, aunque siempre remonta y recupera el ritmo. También destaca la ironía y el humor con que el autor da color a esta novela de espionaje.