Aduana Vieja. Cádiz (2006). 206 págs. 12 €.
Este libro, que recoge las crónicas que el periodista Raúl Rivero escribía en La Habana hasta su encarcelamiento en el año 2003, es un testimonio histórico del daño que causa al totalitarismo la libertad.
No se encuentran en estos textos proclamas incendiarias, ni llamadas a la insumisión, ni siquiera críticas a Fidel Castro. Se trata más bien de un paseo por la Cuba de ayer y hoy, acompañados de un guía que hace de la palabra un auténtico don.
Se trata de un libro escrito en Cuba, que desde Cuba manda un mensaje a todos aquellos que tras vivir la experiencia cubana como invitados de los organismos gubernamentales creen ciegamente en la «alegría del esclavo», y «regresan a repartir adjetivos que los funcionarios de cultura les deslizaron en sus carpetas y computadoras». Es una invitación a conocer la realidad de un país, del que muchos admiran cosas que no querrían ni regaladas para su propio país.
Raúl Rivero ha ido coleccionando estampas de la vida de Cuba, y en un país donde las estadísticas no sirven de referencia, y la historia se rescribe sin parar, a voluntad del comandante supremo de la Revolución, Raúl Rivero nos cuenta la verdadera «historia oral» de la Isla, construyendo un vibrante fresco de la vida de Cuba.
Evitando los recorridos de los «tours» oficiales, Rivero nos lleva de paseo por las calles de La Habana, a pesar de la oscuridad del apagón, «avance del juicio final patrocinado por la empresa estatal de electricidad», y descubrimos que es en esas calles donde el gobierno organiza actos de repudio contra cualquiera que se atreve a pensar diferente. Nos asoma a una sociedad en la que «están en el limbo los que no tienen dólares, ni amigos o familiares en el poder, los que no están preparados para robar y los que renunciaron al cencerro, al perro y al pastor».
Visitamos también a los cubanos que una vez se fueron, y pueblan medio mundo, utilizando ese don de viajar en sueños, largos, intensos y reales, que los cubanos cultivan como nadie para asomarse a conocer Ginebra, Madrid, Nueva York o La Rioja.
Recorremos la historia del país, entre los restos que dejan cientos de «grupos de expertos» que llevan años corrigiendola con pegamento y goma de borrar.
Dice el autor: «Me han contando que en el mundo entre las ruinas de la guerra fría en la mayoría de las naciones del planeta, las personas pueden viajar y volver a su patria, se les permite salir de vacaciones, asistir a eventos y visitar a sus amigos tanto en el extranjero como en el interior del país que un hombre, cualquier hombre, puede expresar y publicar sus opiniones políticas, puede exponer su filosofía de la vida, puede reunirse con otros que piensan como él, fundar una revista o una institución. E incluso, como dicen que ocurre allá afuera, en Cuba los padres puedan elegir qué tipo de educación recibirán sus hijos y que familias enteras tengan, incluso, un negocio particular sin que el gobierno intervenga». Con hombres como Raúl Rivero esto será pronto en Cuba una realidad.
Rafael Rubio