El siglo del populismo
Pierre Rosanvallon
Galaxia Gutenberg. Barcelona (2020). 272 págs. 21 € (papel) / 13,99 € (digital). T.o.: Le Siècle du populisme: Histoire, théorie, critique. Traducción: Irene Agoff.
El populismo. Cómo las multitudes han sido temidas, manipuladas y seducidas
José María Perceval
Cátedra. Madrid (2020). 336 págs. 15,65 € (papel) / 10,99 € (digital).
El populismo sigue siendo un fenómeno preocupante, como muestra la publicación de estos dos libros. El escrito por Pierre Rosanvallon está llamado a ser una obra de referencia en la bibliografía de lo que algunos han llamado la ideología del siglo XXI, aunque, en realidad, tal y como apunta su autor, historiador y politólogo francés, no se trata de una ideología ni finalizada ni desarrollada. Después de todo, el populismo se inscribe en la categoría no del pensamiento racional, sino en la de las emociones, particularmente las de las masas. A diferencia de los fascismos, que pretendían abolir la democracia liberal, los populistas pueden perfectamente conservar de ella la estructura formal y construir lo que Rosanvallon califica de “democraduras”, una especie de democracias plebiscitarias que cuestionan el Estado de Derecho y las libertades fundamentales.
Según Rosanvallon, el gran teórico del populismo actual fue el argentino Ernesto Laclau (1935-2014). Este politólogo dejó siempre muy claro que el populismo es un modo de construcción de lo político, una forma de movilizar a “los de abajo”. El populismo pretende abarcar el conjunto de las demandas sociales, aunque necesita además de un factor aglutinante: la búsqueda de un enemigo común, al que se responsabiliza de todos los males: casta, oligarquía, élite, sistema…
El ascenso actual del populismo es paralelo a la rehabilitación de las emociones, propio de la época posmoderna, lo que a su vez se relaciona con la crisis de la razón y de la herencia del pensamiento ilustrado. A esto tenemos que añadir el actual apogeo de la singularidad, que inunda la sociedad y las redes sociales. Jean-Luc Mélenchon, líder de Francia Insumisa, lo ha expresado con claridad al afirmar que en política ya no se habla del partido, las masas o la clase obrera. Ahora priva la referencia al “yo”. Ese “yo” segrega una serie de emociones, como las de sentirse abandonado o despreciado, o la de buscar culpables a una lamentable situación, lo que implica un auge de las teorías conspiratorias, con la consiguiente voluntad de combatir a los que el “yo” considera responsables de sus desgracias.
Podríamos añadir que no es extraño que sean politólogos, y no juristas, muchos de los impulsores del populismo. Pero, según Rosanvallon, la politización del Estado implica el triunfo del clientelismo, del derecho a enriquecerse a cambio de un total servilismo al poder absoluto. No existe tampoco un debate democrático y toda oposición política es tachada de inmoral o de traidora a la patria por el hecho de presentar resistencia a unos gobernantes que se atribuyen en exclusiva la autenticidad y la virtud del pueblo.
El segundo ensayo, de José María Perceval, profesor de Comunicación Intercultural, es una aproximación, en un estilo mucho más académico que el anterior, a la historia de este movimiento. Para Perceval, el pueblo es un ente de ficción utilizable en todos los períodos de la historia, una invención que funciona si se expresa en forma emocional. El autor es enérgico en sus calificativos y considera el populismo como una entelequia que confunde deseos y realidades. Sin embargo, el pueblo nunca toma el poder. Es una élite política la que lo hace en su nombre.
La obra es, ante todo, un recorrido por la historia de “Cómo las multitudes han sido temidas, manipuladas y seducidas”, según expresa el subtítulo. Es un viaje de la antigüedad hasta el siglo XXI y llega, pues, a la época del individualismo absoluto y de la multiplicación del “yo” a través de las pantallas.