Esta obra se remonta a los orígenes mismos de España y llega hasta la situación actual. El eje vertebrador es la relación de nuestro país con la Iglesia Católica.
Hispania se vio llamada a integrar la germanidad en el catolicismo, a partir del siglo V. Destacan las figuras de San Isidoro (556-636) y San Ildefonso (607-667) que ponen las bases de lo que ocho siglos más tarde, culminada la reconquista, sería el modelo de los Reyes Católicos: una monarquía al servicio de una comunidad religiosa a la que todos los súbditos pertenecían. Otras religiones tan solo serían toleradas, en principio.
El autor explica que la defensa del catolicismo como algo esencial a la monarquía y el temor a la amenaza de los turcos llevaron en tiempos de los Reyes católicos a la expulsión de los judíos y de los musulmanes que no quisieron abrazar la fe católica, decisión que vista con perspectiva fue un error. Al mismo tiempo, Suárez destaca dos actitudes netas de Isabel y Fernando en su política en América: la prohibición de hacer esclavos a los indígenas y el reconocimiento de todos los derechos que a sus súbditos les correspondían.
El humanismo renacentista español se basó en la defensa de dos dimensiones esenciales de la persona humana: la libertad y la capacidad racional. Factores que serán decisivos en los tiempos del Concilio de Trento, iniciado en 1545. Según Suárez, “de las tres misiones que la Iglesia confió a la Monarquía española, defensa de los turcos, hacer de América un bastión católico, y defender la fe, las dos primeras fueron suficientemente cumplidas. En la tercera vino la derrota”.
El texto estudia también la influencia trascendental de Santiago en España y en Europa. Por otra parte, la impronta cultural y evangelizadora de España en América, son tratadas con profundidad y sencillez.
El paulatino declive del imperio español, pasando por momentos tan graves como la expansión napoleónica, llega a la separación entre el trono y el altar en 1931. No se omiten unos juicios equilibrados sobre los sufrimientos que la guerra civil española hizo recaer sobre todos. También se destaca que durante la persecución de los judíos por los nazis, “España no se limitó a defender los derechos de los sefarditas que acudían a pedir documentación en las embajadas como ya Alfonso XIII y Primo de Rivera previeran, sino que abrió sus puertas, ayudó a los fugitivos en gran número y hasta recurrió a contratar vehículos en Budapest y un tren en Alemania y Francia para salvar a varios miles de judíos como consta en la documentación israelita. Todo esto causó la cólera de Hitler que ya muy pronto mostró su desprecio hacia los gobernantes españoles, a los que llamó discípulos de los jesuitas”.
Luis Suárez, casi al final del libro, explica cómo el Vaticano advirtió a Franco que establecer una Constitución de partido único llevaría a un camino totalitario, al que la Iglesia no prestaría su apoyo, advertencia que no cayó en saco roto.
Finalmente, tras la doctrina del Vaticano II que afirma la mutua autonomía de los ámbitos civil y el eclesiástico, el autor del libro afirma que “la Iglesia española ha experimentado pérdidas cuantitativas a cambio de lograr ese crecimiento cualitativo que da razones a la esperanza”.