La ironía hizo que Hannah Arendt, cuya más sincera vocación era la de comprender, fuera en ocasiones malinterpretada. Lo fue, por ejemplo, con su famoso libro sobre Eichmann y no solo porque su mirada sobre el mal despojaba a éste de su máscara (el mal, dijo la pensadora alemana, es terriblemente superficial, obscenamente prosaico), sino también porque en sus escritos sobre el proceso al oficial nazi celebrado en Jerusalén denunciaba la connivencia de algunos funcionarios judíos. A quienes defendían los guiños totalitarios o, en ocasiones, la traición, Arendt les hace ver que, en el caso de que la tentación del mal fuera irresistible, siempre quedaba la opción de no hacer nada, de negarse, en definitiva, a colaborar con el mal.
Lo que quier…
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