Anagrama. Barcelona (1993). 110 págs. 1.100 ptas.
Augusto Monterroso, escritor guatemalteco de reconocida fama por su habilidad para los relatos breves, ha escrito en Los buscadores de oro una singular autobiografía que va desde su nacimiento en 1921 hasta los 15 años, cuando da por concluida su infancia. Siguiendo su habitual pauta estilística, la brevedad y la precisión son las notas dominantes de este libro. Monterroso repasa en él su historia familiar, su relación con su país, sus primeros recuerdos infantiles, a la vez que deja constancia también de sus impresiones personales cuando está escribiendo sus memorias.
El personaje del padre es el más influyente en su vocación artística. Su padre fue dueño de imprentas y fundador de revistas y periódicos, aunque la caída en la bohemia le impidió llevar a cabo empresas consistentes. De hecho, en estas iniciativas, algunas muy peregrinas, dilapidó su fortuna. Los recuerdos más fuertes que el autor tiene de su infancia son los que aparecen vinculados a su amor por la literatura y el mundo del espectáculo: «Los caminos que conducen a la literatura pueden ser cortos y directos o largos y tortuosos. El deseo de seguir en ellos sin que necesariamente le lleven a ningún sitio es lo que convertirá al niño en escritor».
Junto a la nostalgia de la infancia, aparecen también los rasgos que irán formando la personalidad del autor, como ese sentimiento de desarraigo, de «familia errante e inestable» que siempre le ha acompañado. Y también se descubren otros rasgos que condicionarán su narrativa posterior: «Nunca he tenido buena memoria para los sucesos externos de cualquier índole, sean éstos importantes o banales. Por lo general soy incapaz de recordar y, por supuesto, de describir situaciones o entornos, caras o portes de personas».
Estas memorias son muy sugerentes y auténticas. Pero que nadie busque sucesos maravillosos, extraños o espectaculares. La normalidad, la falta de grandes hechos, es lo que más define la infancia de Monterroso.
Adolfo Torrecilla