Tusquets. Barcelona (1996). 386 págs. 2.500 ptas.
Los libros de Amy Tan, norteamericana de origen chino, se han convertido en un fenómeno internacional. Aunque su literatura es una buena muestra del fenómeno multicultural que se vive en Norteamérica, sus historias se elevan por encima de estas circunstancias y abordan, con un singular toque oriental, conflictos y sentimientos más universales. Después del éxito de El Club de la Buena Estrella, La esposa del Dios del Fuego, ahora, en Los cien sentidos secretos, Amy Tan vuelve a contraponer en su tercera novela la mentalidad norteamericana con la cultura oriental, mediante la creación de dos personajes atrayentes. Olivia, la narradora, es, como Amy Tan, de origen chino pero nacida en Estados Unidos e integrada en la vida americana. Cuando está a punto de divorciarse, decide escribir su vida para explicar su íntima pero contradictoria relación con Kwan, su hermanastra. Su padre, poco antes de morir, reveló que había dejado en China a una hija de la que hasta ese momento nadie había tenido noticia. A la muerte de su padre, Kwan viaja a Estados Unidos para irrumpir de lleno en la vida de la familia y en especial de Olivia, que entonces tenía seis años.
Kwan es el personaje más logrado de esta novela, y el que mejor refleja la intención de la autora: mostrar la polivalente realidad china. Durante muchos episodios, no sabemos si Kwan es una muchacha retrasada o con poderes excepcionales. Kwan se ha hecho a la vida norteamericana, pero sin renunciar a su mundo anterior. Su carácter cándido evita cualquier nota de cinismo en su pensamiento, pero Olivia, que busca racionalizar absolutamente todo, duda ante muchas de las historias que Kwan le va contando. Este ambiente de leyenda y de magia de los relatos de Kwan es lo más logrado del libro.
La novela no tiene un argumento concreto, y lo más destacado es el viaje que Kwan, Olivia y Simon, su todavía marido, realizan a la aldea natal de Kwan. Esto supondrá para Olivia una continua reflexión sobre la vida, el destino, la fatalidad y la magia.
La estructura de la novela adolece de esta falta de consistencia argumental. Sobran algunas historias de Kwan relacionadas con su anterior vida, y estorba también en unas pocas páginas el detallismo sexual con que Olivia explica su matrimonio turbulento con Simon. Pero la relación que viven las dos hermanas tiene suficiente entidad para mostrar las diferencias culturales entre la China tradicional y el individualista materialismo americano.
Adolfo Torrecilla