Tras la publicación el pasado año de Los sucesos de mayo: París, 1968 por la editorial Alba, Lumen nos sorprende ahora con una voluminosa recopilación de cuentos de la misma autora, Mavis Gallant (1922), gran dama de las letras canadienses, prácticamente desconocida en España.
El volumen, que halagará la inteligencia de los buenos lectores, traduce una antología preparada por la escritora en 1996, con textos publicados en su mayor parte por la revista The New Yorker. No en vano, su descubridor fue el editor de esa publicación, William Maxwell. De él dijo Gallant que le parecía “el más norteamericano de todos los escritores”. Pues bien: a Gallant podríamos designarla como “la más francesa de todas las escritoras canadienses”.
Su visión cosmopolita, de la que encontramos sobrados ejemplos en estas ficciones, corre pareja a la mundanidad de su vida. Tras cultivar durante varios años el periodismo en Montreal, se estableció en París en 1950, y allí sigue viviendo. Las referencias a la ciudad de la luz salpican muchas de estas páginas, que, en ocasiones, parecen coquetear con el género del reportaje.
Una suerte de intrahistoria, poblada de personajes solitarios “a la caza del amor” (parafraseando a Nancy Mitford), recorre los escenarios de la Historia con mayúscula. Pero, más allá de esa singularidad, que nos sirve para contextualizar la evolución de su estilo e intereses a lo largo del tiempo, el principal motivo de sus cuentos es ese exilio interior que ella experimentó voluntariamente cuando abandonó su tierra. Sus personajes -el polaco Piotr de Potter, el italiano Angelo de El verano de un hombre soltero, o los rumanos de Preguntas y respuestas– anhelan fusionarse con sus pueblos de acogida; pero, a menudo, son rechazados por la desconfianza de sus anfitriones.
En estas cerca de mil páginas, Gallant ha recogido solo 35 de sus más de cien cuentos publicados; es decir, que nos hallamos ante historias de gran calado, algunas de las cuales sobrepasan las cincuenta páginas. Ello permite a la autora profundizar en la psicología y recrearse en las motivaciones de sus criaturas con una exactitud sobresaliente, virtud que los lectores españoles podremos apreciar bien en el relato Cuando éramos casi jóvenes, de carácter autobiográfico y que se desarrolla en el Madrid de los años cincuenta. “¿Eran típicos españoles? No sé cómo es un típico español. No bailaban ni tocaban la guitarra. La verdad, la muerte y la piromanía no acechaban en sus ojos oscuros”.
La obra de Mavis Gallant, un disparo de tersura, ternura y viveza, se ha comparado con la de maestros como Chéjov, George Eliot o Henry James. A buen seguro, cualquiera de ellos suscribiría el ideario estético de nuestra autora, con el que concluye su prólogo: “Los relatos no son capítulos de novelas. No se deberían leer uno tras otro como si fueran correlativos. Hay que leer uno. Luego cerrar el libro. Leer otra cosa. Volver más tarde. Los relatos pueden esperar”.