Anagrama. Barcelona (2000). 342 págs. 2.500 ptas.
Hace unos años, la publicación de Los aéreos (1993, ver servicio 3/94) y Belinda y el monstruo (1995) reveló a un joven escritor que poco tenía que ver con la moda impuesta en aquel tiempo por los narradores urbanos tipo Loriga y Mañas. Con una prosa elaborada y un denso mundo interior, Luis Magrinyà (Palma de Mallorca, 1960) hacía gala de un tipo de narrativa con tendencia a la reflexión y a la alegoría. Con Los dos luises ha obtenido el último premio Herralde de novela.
En esta historia, el director de una revista de teatro accede a apadrinar a un joven y novel dramaturgo. Todo se va en explicar qué hay detrás de este posible nuevo genio y qué reacción provoca en el autor de moda instalado y oficial que comparte nombre y pueblo de origen con aquel. La novela da cuenta cumplidamente del entresijo de influencias, vanidades, montajes, manipulaciones y demás circunstancias extra-literarias que tanto pesan a veces en la balanza de la gloria del mundo cultural. Algunos personajes están bien desarrollados, otros aparecen traídos por unos motivos que no se alcanzan a entender. La acción se desarrolla de modo irregular, alternando pasajes brillantes o de un humor bien conseguido con escenas tediosas y largos diálogos que aportan poco. Se observa un notable esfuerzo, al principio, por crear un planteamiento, pero cuando se llega a saber, por fin, hacia la mitad de la novela, qué se pretende contar, el interés languidece irremisiblemente.
Magrinyà debe simplificar su discurso si no quiere convertirse en un escritor muy de minorías: frases como estocadas, plenas de fintas, amagos y defensas, tan ingeniosas como agotadoras, aptas para una colección de aforismos pero excesivas para el discurso novelesco. Con todo, escribe brillante, distinto, con ambición.
Sin embargo, las piezas de esta novela no acaban de encajar bien. El estilo es, en muchos pasajes, sobresaliente, pero la desmesura barroca acaba por entorpecer el ritmo de la narración. El mensaje de la novela es inteligente, con una crítica despiadada a la superficialidad que muchas veces rodea el mundo de la cultura, aunque todo se plasma de manera difusa, al faltar un argumento más convincente.
Javier Cercas Rueda