Los inquilinos de Moonbloom

TÍTULO ORIGINALThe Tenants of Moonbloom

GÉNERO

Libros del Asteroide. Barcelona (2005). 291 págs. 18,95 €. Traducción: Miguel Martínez-Lage.

A un lector de literatura contemporánea cualquiera de estos nombres le tiene que resultar familiar: Saul Bellow, Norman Mailer, Bernard Malamud, Philip Roth; pero quizá no el de Edward Lewis Wallant, a pesar de ser miembro de la misma generación de judíos norteamericanos. E.L. Wallant (1926-1962) muere a los 36 años, y ha publicado dos novelas («The Human Season» y «The Pawnbroker» -esta última llevada al cine por Sidney Lumet-). La novela «Los inquilinos de Moonbloom», dispuesta para la imprenta, será publicada después de su repentina y prematura muerte, así como otra póstuma novela: «The Children at the Gate». Puede ser comprensible que estos cuatro libros se hayan considerado poco -hasta ahora- para tener derecho a entrar en la historia de la literatura. Quizá no sea poco. Digo quizá porque sólo he leído «Los inquilinos…» Pero, si de mí dependiera, le daría entrada.

La traducción de Miguel Martínez-Lage acerca muy bien esa literatura de los 60.

Tema y argumento son lo mismo: Norman Moonbloom es un universitario, ya en la treintena, que ha hecho varias carreras como si quisiera alargar su juventud. A falta de trabajo, tiene que aceptar el que le ofrece su hermano: administrar varios edificios de apartamentos baratos y de poca calidad en Manhattan.

Hombre pacífico, con un humor irónico, por inteligente, y un tanto melancólico, la novela es su recorrido por los apartamentos para cobrar el alquiler, y verse obligado a escuchar las quejas de los inquilinos por el abandono material de sus viviendas. El propietario, su hermano, no quiere gastar un penique en arreglos… Ese recorrido, que se repite -tal vez un poco largo: casi 300 páginas-, da pie al autor para crear una galería de personajes, familias, parejas, matrimonios… No diría yo que Wallant los describe a la manera del realismo, es más bien caricatura, a veces esperpéntica; los males psicológicos, morales, que son muchos, tampoco son presentados con plena seriedad, sino con ese humor irónico, con esa melancolía del cansancio y de la rutina de ver siempre lo mismo…

En un determinado momento el cansancio y la ironía se van transformando en ternura, y enseguida en urgente afán de solidaridad con toda esa pobre gente, de caridad, de redención. Sí, esos edificios y sus gentes son todo un símbolo. No en vano el protagonista, creyente judío, hace con frecuencia consideraciones espirituales, de fe, de una a veces rara relación de amistad y de queja y enfrentamiento con Dios -actitud muy de judío-. Hombre casto, y a su edad, su pureza cae por los suelos tras varios embates seductores de una de las jóvenes inquilinas, hecho presentado exclusivamente como una necesidad fisiológica satisfecha.

Al final el título cobra más sentido: los inquilinos son de Norman Moonbloom, son suyos, suyos afectivamente, por eso se desvive por ellos contra las directrices de su hermano el propietario, aun a costa de perder todo el dinero que haga falta, y del trabajo, y del agotamiento… en el que surge en la amanecida una alegría limpia y confortadora hasta entonces nunca probada. Una singular novela. Bien escrita, bien estructurada, variada, rica…

Pedro Antonio Urbina

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