Novela que no aporta nada nuevo a quien ha leído otras novelas del autor pero que algunos de sus entusiastas han calificado de gran comeback. La razón es que se centra por completo en el mundo que Grisham mejor conoce y usa el hilo argumental que tan buenos resultados le ha dado siempre: un joven abogado que hace lo que cree correcto y, entonces, a la vez que su vida familiar mejora, triunfa en su trabajo.
Chicago. David Zinc, joven prometedor que trabaja desde hace cinco años en el inmenso y poderoso bufete de Rogan Rothberg, se siente mal al entrar a trabajar. Ese día, en vez de seguir su rutina, huye a un bar cercano donde se emborracha, con lo que termina, de forma curiosa, en el miserable bufete de Finley & Figgs. Después de pensarlo, ya sobrio, decide unirse a los dos socios, un tanto colgados, y, así, termina en medio de una demanda imprudente que habían presentado contra una gran empresa farmacéutica. Además, otros casos que van llegándole le proporcionan la satisfacción de poder defender a quienes más lo necesitan.
Todo está bien contado. Hay buenas descripciones de algunos personajes patéticos, momentos de tensión conseguidos y escenas emocionales bienintencionadas menos logradas. Al paso, quedan retratados aspectos críticos de la vida social norteamericana: la gran cantidad de gente que cree “que todos los problemas y misterios de la vida pueden solucionarse con unas pocas sesiones de terapia”, o de quienes tienen un montón de falsos problemas emocionales que combaten con pastillas; la forma de actuar de abogados varias veces divorciados que actúan como grandes expertos en crisis matrimoniales; o, al presentar las actuaciones de quienes trafican en los pasillos del Congreso y del Senado, el narrador introduce un paréntesis donde se pregunta “¿hay alguna otra democracia que tenga una lista de lobistas?”.
Dentro del juicio principal acerca de los efectos benéficos o dañinos de un medicamento, hay unas cuantas páginas que, sin ser en sí mismas relevantes para el desenlace de la historia, son una poderosa denuncia de la forma de actuar de algunas grandes farmacéuticas. En concreto, a lo largo del interrogatorio al vicepresidente de la empresa demandada se indica la forma en que actúan para realizar las pruebas preliminares de algunos medicamentos. Estas nunca se hacen en los EE.UU. sino que se llevan a países como Nicaragua, Mongolia, Kenia, etc., donde las compañías no temen enfrentarse a ninguna demanda y donde pueden, a cambio de poco dinero, tratar a seres humanos como cobayas: la parte más seria del interrogatorio se centra en una píldora abortiva, probada en chicas menores de catorce años con el resultado de once muertes.