Una reciente encuesta realizada en la UE revela que el Quijote, don Juan y Carmen de Mérimée son los personajes de ficción que los europeos más identifican con España. También el español medio tiene de su pasado una imagen que responde en gran medida a representaciones literarias o pictóricas. El nuevo libro de Fernando García de Cortázar, catedrático de la Universidad de Deusto, aborda los numerosos tópicos que propios y extraños han difundido a lo largo de los años sobre España, su historia y sus gentes, desde la condición de martillo de herejes a su decadencia o su memorial atávico de guerra y exilios.
El historiador analiza en nueve capítulos otros tantos mitos que recorren la historia española examinando la creación del tópico, sus canales de difusión -todo mito cuenta con sus juglares- y su petrificación en la memoria colectiva hasta llegar a hacer ciertas las palabras de Valle-Inclán: nada es como es, sino como se recuerda. Un libro, en suma, que invita a la reflexión y que reivindica el derecho a la memoria.
A la construcción del estereotipo de España como tierra de bandoleros y siniestras procesiones de alucinados, de tenorios y gitanas de bellos ojos negros, de mujeres apasionadas y hombres violentos, ha contribuido la mirada romántica y cargada de prejuicios de los viajeros extranjeros y el agudo sentido crítico de los propios españoles. Bartolomé de las Casas y el padre Mariana precedieron a los ilustrados europeos al enjuiciar los males que aquejaban a su patria. La imagen exótica y folclórica de España divulgada por lord Byron, Chateaubriand o Víctor Hugo se perpetúa en la propaganda franquista dirigida por Manuel Fraga para atraer las divisas de los turistas europeos.
La utilización partidista de personajes históricos -como Zumalacárregui, trasvasado del panteón franquista al olimpo etarra-, la composición de escenografías groseramente maquilladas -como la entrevista de Franco y Hitler en Hendaya- o la glorificación y legitimación de la violencia por parte de socialistas y militares en vísperas de la última guerra civil, desfilan por las páginas de un ensayo lúcido y valiente, cuajado de citas y referencias literarias. Espléndidas son las páginas dedicadas al empeño por parte de los nacionalismos excluyentes por construir un pasado diferencial que la realidad histórica no avala. Desmesuradas las responsabilidades que el autor atribuye a la Iglesia en el atraso científico de la España del Antiguo Régimen -basta comprobar la nómina de científicos y pensadores salidos, por ejemplo, de las filas de los jesuitas- y la visión exclusivamente política de las actuaciones de la Santa Sede.