Trotta. Madrid (2006). 212 págs. 16,15 €. Traducción: José Luis San Miguel de Pablos.
Lo primero que llama la atención de René Girard es su propia trayectoria intelectual que queda magníficamente descrita en este libro de entrevistas. Sus estudios sobre la novela, dentro de la teoría de la literatura, le condujeron a la crítica de la cultura y, a partir de ahí, elaboró una antropología.
Su aportación principal es el concepto de «mímesis», la imitación, como forma originaria de relación entre los hombres. Este «deseo mimético» posee un aspecto positivo porque, en sí mismo, favorece la sociabilidad. Por otro lado, la mímesis provoca la rivalidad entre los individuos por la apropiación de un mismo objeto. Para apaciguar esta violencia, los hombres recurren a la figura del «chivo expiatorio», sobre el que concurren los deseos insatisfechos y los impulsos, surgiendo de este ritual propiciatorio las diferentes formas culturales.
Tal vez esta teoría que remonta el origen de la cultura hasta la violencia recuerda la famosa «guerra de todos contra todos» de la que hablaba Hobbes, pero lo cierto es que el esfuerzo por apoyar empíricamente sus hipótesis resulta novedoso. Se ha señalado, sin embargo, que las explicaciones de Girard son parciales porque intentan fundamentar el nacimiento de la cultura en una única base -la violencia colectiva- sin atender a otro tipo de factores (ver Aceprensa 66/02). Junto a la violencia, Girard sitúa el papel de la religión y del rito.
En cualquier caso, el chivo expiatorio permite entender mejor las diferencias entre relatos míticos y creencias religiosas, en especial la cristiana, tal como lo expone en su obra «La violencia y lo sagrado». La cultura nacida del cristianismo constituye un avance importante porque es la única que se sustenta y reconoce la inocencia de las víctimas sacrificadas, revelando que la estructura social es de rivalidad y proponiendo como alternativa un mensaje de amor y perdón.
Reconoce que los estudios sobre la Biblia le convencieron no sólo de la superioridad intelectual del cristianismo con respecto al mito, sino que también le llevaron a la conversión personal. Este hecho, junto con la reivindicación de las raíces cristianas de la cultura europea, le ha convertido en blanco de las críticas de autores «racionalistas». Girard sigue sosteniendo, sin embargo, que su creencia religiosa no puede contradecir sus descubrimientos porque «ciencia y fe aspiran a comprender». Asimismo considera lícito referirse a los Evangelios para apoyar sus hipótesis al ser fuentes históricas de conocimiento.
A través del diálogo, Girard logra en estas páginas hacer comprensible sus teorías, matizando algunas de sus posiciones y reafirmando otras. Una parte interesante -y la más complicada del libro- es la dedicada a confrontar sus argumentos con los padres y representantes de la antropología cultural. Se opone a la visión evolucionista radical porque no consigue explicar satisfactoriamente el salto decisivo del animal al hombre. Lo mismo ocurre con las aportaciones materialistas de Marvin Harris, predominantes en el ámbito académico, que niegan sistemáticamente la dimensión religiosa del ser humano.
En definitiva, más allá de lo acertado o erróneo de sus teorías, la antropología que propone Girard es más humanista que la que se hace en la actualidad. Tal vez por eso -y porque no es, estrictamente hablando, un especialista- es por lo que los «profesionales» de la antropología le critican. Él mismo confiesa, frente a la corriente estructuralista, que, al igual que un científico, pretende investigar más sobre lo que nos une que sobre lo que nos hace diferentes, buscando la unidad por encima de esa diversidad cultural tan predicada.
Josemaría Carabante