Como recuerda Gregorio Luri en el prólogo de esta obra, “la escuela siempre ha sido una experiencia polémica y plural, porque está condenada, como Tántalo, a no saciarse nunca”. Sin embargo, a diferencia de quienes no cejan en proponer nuevos modelos pedagógicos, la originalidad de este ensayo reside en su ambición de signo contrario.
Lo que pretende demostrar Jean de Viguerie, historiador francés, es que el actual fracaso de la educación proviene de la generalización de un sistema inspirado en una pedagogía basada en una antropología equivocada, que “no quiere saber nada de la inteligencia, ni de la memoria, ni del saber, y trata al niño como un objeto manipulable a voluntad”.
Para ello, Viguerie se lanza a analizar varias obras de contenido pedagógico que van más allá de las esperables Emilio (Rousseau) o Experiencia y educación (Dewey), y que arrancan con Erasmo de Rotterdam, a quien califica como padre de la pedagogía utópica. Los catorce pedagogos que se estudian a lo largo del ensayo comparten mucho más que estos supuestos básicos. Por ejemplo, su obsesión por el método, que llega hasta el extremo de apreciar el engaño y la manipulación –o aprender jugando, según Locke–, aprobar los golpes y castigos –para Rousseau se obedece porque el otro es fuerte– y contemplar la exclusión –para quien no quiera “aprender juntos”, siguiendo al francés P. Meirieu–. Asimismo, es llamativa la continuidad que Viguerie detecta en la insistencia con que estos autores aconsejan enseñar lo útil –ya sean las matemáticas (Lamy, Nicole), una moral sin religión o el conocimiento probado (Condorcet)– o en la obstinación con que recomiendan aprender lenguas con la práctica, sin gramática ni memoria (Locke, Condorcet, Claparède).
Los estudiosos de la educación podrán matizar algunos de los juicios y lecturas de Viguerie. Sin embargo, su perspectiva les obligará a confrontarse con cuestiones que van más allá de la especialidad pedagógica, pues analiza a los autores escogidos según cómo entienden al niño, la inteligencia, su valoración del saber y el papel del educador.
Escrito con rigor didáctico y un atinado mordiente crítico, desde luego, Viguerie cuestiona a estos pedagogos por su reticencia a aceptar la capacidad innata de comprender del niño, por su aspiración a transformar la sociedad mediante la educación o por su marginación de la familia como educador natural del niño, lo que da mucho que pensar.