No siempre resulta fácil descubrir por qué un ensayo o una novela funcionan bien, pero en este caso basta con fijarse en la transición entre las partes. Los finales que narra Geoff Dyer se entrelazan en una sucesión de secciones numeradas, como un sendero que a su vez desvela la forma de pensar del autor. Cada bloque, con una extensión que va desde las pocas líneas hasta el par de páginas, contiene una imagen, una reflexión o una anécdota redonda y, a su vez, da paso al siguiente con una lógica interna incontestable. Un buen ensayista habría dedicado un capítulo a cada uno de los personajes de su interés, con algún motivo recurrente que los conectase, pero para sobresalir en este género tan frecuentado es imprescindible el riesgo, así que D…
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