Planeta. Barcelona (1993). 414 págs. 2.300 ptas.
La reedición de esta novela ha suscitado polémica en los ambientes literarios españoles; una polémica poco original que viene a dar vueltas sobre una cuestión que se repite cíclicamente: ¿las ideas políticas de un autor definen su calidad literaria?
Esta novela entraría dentro de la etiqueta, tan valorada por muchos escritores de izquierda, de literatura comprometida, pero de derechas. El autor, famoso aristócrata, embajador y militante falangista, no abandona en la redacción de esta obra su ideología. Foxá terminó de escribirla en 1937 y la publicó por vez primera en 1938, esto es, en plena guerra civil española. Pretender condenar o valorar esta novela sólo por los ingredientes políticos, muy marcados y, a veces, muy viscerales, sería un triste caso de sectarismo.
Siguiendo las peripecias vitales y amorosas de José Félix Carrillo -intelectual y político muy relacionado con las figuras de su tiempo-, Agustín de Foxá nos muestra la vida madrileña de unos años con gran atractivo tanto para la historia como para la literatura. La novela se divide en tres partes, siguiendo una evolución cronológica. En la primera, Flores de Lis, el contexto es el desgaste de la monarquía y el auge de los movimientos políticos contrarios al estancamiento de una burguesía aristocrática, más pendiente de las formas que de las cuestiones sociales. Foxá adopta un tono de crítica contra una manera periclitada de entender la política. La segunda parte transcurre durante el advenimiento y la llegada de la República y lleva por título Himno de Riego. José Félix es partidario de la República, lo que le lleva a enfrentamientos incluso con los miembros de su familia. Pero poco a poco las ilusiones desatadas empiezan a desvanecerse. La falta de coherencia de los políticos obliga a una radicalización de las posturas. José Félix se acerca a los ideales de los falangistas.
La tercera parte es la más política de todas. Hasta este momento el autor ha intentado mostrar, casi objetivamente, un fresco realista, con tintes esperpénticos y barojianos, de una sociedad madrileña de señoritos bien e intelectuales de izquierdas. Pero en esta parte, La hoz y el martillo, el autor se inmiscuye completamente en la novela, multiplicando las intervenciones ponderativas y los juicios de valor, muchos de ellos despectivos hacia los que no comulgan con sus ideas. Esta tercera parte, la más apasionada y crítica, es quizá la más floja. Faltó al autor (no era fácil, por las circuntancias personales y sociales) distanciarse de los hechos.
Dejando a un lado polémicas partidistas, hay que intentar leer Madrid de corte a checa como lo que es: una novela apasionante, en la que se mezcla sabiamente la ficción con la realidad, en la que se retrata el terror de una guerra, la instauración de la injusticia como ley, el peso de las desilusiones, y los odios y enfrentamientos estériles. Una vez más: una cosa es la ideología y otra es la calidad literaria.
Adolfo Torrecilla