Publicada en 1991, Mao II fue galardonada en 1992 con el PEN/Faulkner Award. En ella, el norteamericano DeLillo (1936) aborda diferentes cuestiones que traspasan su dilatada y prestigiosa obra literaria. De manera especial, esta obra guarda relación con la última que ha publicado, El hombre del salto (ver Aceprensa 99/07), escrita tras los sucesos del 11-S.
El protagonista de Mao II es Bill Gray, un maduro escritor que ha decidido vivir recluido, sin guardar ningún contacto con el mundo literario. De hecho, nadie sabe dónde vive, salvo Scott, su secretario personal, y Karen, su compañera. Pero Bill se encuentra sumergido en el proceso de escritura de su nueva novela, sin que apenas avance y con la constante sensación de un bloqueo, de una crisis que le provoca todo tipo de desajustes vitales. Bill, además, piensa -y esta es una de las reflexiones más interesantes de la novela- que el escritor ha perdido su sitio como conciencia de la sociedad. Ya nadie teme a los escritores, y el alcance de una obra artística siempre es limitado, integrado en la sociedad y, en muchas ocasiones, meramente decorativo.
Según Bill, su puesto ha sido asumido ahora por los terroristas. “Existe -opina Bill- un curioso lazo que une a los escritores y a los terroristas. En Occidente, nos convertimos en efigies célebres a medida que nuestros libros pierden su capacidad para formar e influenciar (…). Hace años, solía pensar que un novelista poseía la capacidad de alterar la vida interior de la cultura. Ahora, ese territorio está usurpado por los pistoleros y por los que construyen las bombas”.
Un antiguo amigo y editor consigue que Bill abandone su voluntaria reclusión y reaparezca en una rueda de prensa que va a exigir la liberación de un rehén retenido en Beirut, un joven suizo, poeta y empleado de las Naciones Unidas, que ha sido secuestrado por un grupo terrorista. Las decisiones que toma Bill al margen de Scott y de Karen provocan una crisis que la novela intenta describir.
Aunque Mao II es una buena muestra de la calidad literaria y de los planteamientos éticos y estéticos del autor, al acabar la lectura se tiene la sensación de que quizás le falte a la novela más solidez en el argumento y más verosimilitud en la creación de personajes. Bill es un escritor desencantado, separado en varias ocasiones, que lleva una vida vacía, a pesar de las reflexiones estéticas y existenciales -muy difusas- que parecen preocuparle; Scott ha decidido entregar su vida a la literatura y a la persona de Bill, llevando también una vida al margen de los demás. Karen, que aparece por casualidad en la vida de Scott, es una mujer un tanto desequilibrada. La relación que mantienen estos personajes no consigue transmitir nada, y sus inquietudes se antojan postizas y literarias, lo mismo que sus diálogos.
Hay, sí, buenos momentos, reflexiones que iluminan interesantes aspectos de la cultura contemporánea (como el control de las masas -la influencia de Mao en el pueblo chino es un paradigma- y el reflejo de este espíritu en el arte contemporáneo, de manera especial en Andy Warhol); sin embargo, el argumento se desmadeja, los personajes se desinflan y las ideas no consiguen levantar el vuelo. Justamente lo contrario a lo que escribe DeLillo: “Cuando en el mundo reina el suficiente desorden, nada parece fuera de lugar”.