En lo que al pensamiento se refiere, el nuevo siglo parece querer distanciarse de las tendencias de moda heredadas y que bajo distintas denominaciones descalificaban la verdad, la realidad, la justicia, la razón, como ilusiones sin más, mentiras o mistificaciones siempre al servicio de alguna forma de poder. Hoy se habla y discute abiertamente sobre cuestiones que los pregoneros del escepticismo posmoderno habían declarado superadas. Su pretensión de invalidar la metafísica ha perdido impulso, entre otras cosas, por la recuperación para el debate filosófico de “marcas” como el realismo, tenidas por obsoletas en buena parte del universo académico. No menos significativo para el cambio de escenario es lo que se ha descrito como el retorno de Dios al pensamiento contemporáneo y la inevitable corrección del significado y alcance de la secularidad.
Son cada vez más numerosas las voces que, como la de Alejandro Llano, rechazando el escepticismo como actitud primordial, argumentan a favor de una aprehensión veritativa de la realidad. Su nuevo libro, Maravilla de maravillas: conocemos, además de ser el título de uno de sus capítulos, remite a la tarea y la misión que funda la filosofía: solo quien ha alcanzado la maestría en ese oficio puede asombrarse como un principiante ante el conocimiento intelectual.
Si hace unos meses nos iniciaba en Otro modo de pensar, este libro reúne ensayos parcialmente inéditos en los que aborda las cuestiones antes referidas y las esclarece de la mano de Aristóteles, Kant o Tomás de Aquino. Junto a pensadores contemporáneos, como Taylor, MacIntyre o Millán-Puelles, interviene en los debates actuales desarrollando potencialidades de la tradición filosófica a la que ha dedicado toda su vida.
Así, frente al mantra mediático que proclama la llegada de la era de la posverdad, Llano recuerda que es preciso anteponer la verdad a la certeza, pues “lo radical no es la objetividad sino la realidad”. No cabe duda de que esta exigencia de verdad es algo más que la bandera de un moralismo exaltado por los medios de comunicación; por eso se necesita un “marco social y ético para el desarrollo de instituciones de investigación y enseñanza que ofrezcan a la par rigor intelectual y humanismo abierto”.
A las visiones reduccionistas del conocimiento les han seguido concepciones empobrecidas de la libertad, como la versión meramente negativa, una libertad sin metafísica, responsable del individualismo radical que incapacita para la cooperación interactiva y resulta insuficiente para el despliegue de la libertad personal y social. El autor no exagera sobre la importancia intelectual del abandono de la metafísica; a su juicio, “constituye el núcleo de la llamada ‘crisis de la cultura’ que aqueja desde hace más de una centuria a los países de Occidente y cuyo desenlace ni siquiera se vislumbra actualmente”.
Como acostumbra, Llano combina acertadamente los planteamientos de la metafísica con las problemáticas gnoseológicas y las exigencias ético-políticas, para ofrecer claridad a este tiempo de incertidumbre. Convencido de que hay que trabajar por y para la verdad, no escatima esfuerzos, ni elude las cuestiones espinosas; rebate las tesis erradas, sean de Heidegger, Derrida o Foucault, que alimentan el relativismo pragmatista, incompatible con un orden social justo, y nos dejan indefensos frente a nuevas formas de dominio.
Quienes ya conocen la extensa obra filosófica y ensayística de Alejandro Llano y quienes se acercan a ella por primera vez podrán disfrutar con la finura de sus diagnósticos y el rigor de sus análisis, y reconocerán en las páginas de este libro dos de los rasgos que caracterizan su lugar en la filosofía contemporánea: la imbatible confianza en la capacidad de verdad del ser humano y su defensa de la radicalidad de la libertad.