La edad de oro de la novela policíaca inglesa brillaría mucho menos sin la presencia de Albert Campion, el espigado detective que resolvió dieciocho novelas y una veintena de relatos de la escritora Margery Allingham (1904-1966). Más trabajo para el enterrador es el segundo caso que presenta Impedimenta tras el éxito de El signo del miedo.
El lector agradece encontrarse con los tipos de costumbre –salvo con la mujer de Campion, Amanda, que solo se deja caer al final. Su sirviente, el insolente y pintoresco Magersfontein Lugg; el lúcido inspector Charlie Luke, o el jefe de Scotland Yard, Stanislaus Oates, se ven enredados en la madeja de la familia Palinode, víctima de un envenenador que anda “pululando por la casa”. El enterrador del título –tomado del verso de una canción de music-hall– es Jas Bowels, cuñado de Lugg, reacio a la exhumación de sus “clientes”, en este caso la anciana Ruth Palinode.
Hay muchos personajes –lo que amplía el número de sospechosos y pega los ojos al papel– y tramas muy variadas e ingeniosas, expuestas con habilidad por Allingham, quien sigue a Campion en sus nada rutinarias pesquisas y despliega las motivaciones y coartadas de la fauna que habita la pensión de los Palinode y el barrio, venido a menos tras la guerra (la novela se publicó en 1948).
Con finos toques de humor y cierta atmósfera gótica cada vez que asoma la nariz el sepulturero, Allingham atrapa nuestro interés con los sabrosos interrogatorios, en los que nada es lo que parece, las misteriosas cartas anónimas y los giros inesperados, que incluyen un aparente suicidio, otro “fiambre”, y una supuesta red de contrabando que cobra todo su sentido al final.
Más trabajo para el enterrador es una novela ambiciosa en su planteamiento, entretenida y recomendable no solo para los devotos seguidores de Albert Campion, sino para cualquier amante de la ficción policíaca británica, que, a juzgar por la recuperación de tantos de sus clásicos, son muchos.