Lucy Barton tuvo una infancia desgraciada. Unos padres estrictos y unos recursos mínimos hicieron de los tres hermanos unos seres heridos y con una evolución complicada emocionalmente. Años después, casada y con dos hijas, sufre tres meses de hospitalización y su madre acude a acompañarla unos días. Chismes y confidencias con esa mujer dura y reservada. Ni antes ni después volverá a tener los momentos de intimidad y auténtica conversación de que disfruta en ese tiempo de mágica conexión. Mucho tiempo después, convertida en escritora de cierta fama, rememora su vida al completo tomando como eje el trimestre de enfermedad.
Breve novela de la escritora norteamericana (1956), que ya ganara en 2009 el Pulitzer con Olive Kitteridge, llevada a la televisión más tarde con unas interpretaciones memorables. Como en aquella novela, vuelve a describir intensas relaciones familiares.
Lucy es una mujer sensible, artista, que valora vivamente sus relaciones con los demás, sean padres, marido, hijas o amigos. Continuamente intenta entenderse y entenderlos, más adelante ayudada por la escritura, y se esfuerza seriamente por sobrevivir a las decepciones que le producen las contradicciones y maldades del ser humano, también las propias.
El encanto del libro es el modo de presentar las revelaciones a las que va llegando la narradora. Su pasado y presente los conocemos a través de escenas y pensamientos donde van entrando y saliendo épocas y personajes. Escena, conclusión, recuerdo, otra conclusión que le trae otra escena que matiza el pensamiento al que había llegado, y así un ágil proceso de autoconocimiento y aceptación que nos va mostrando una persona que madura.
No esquiva las cosas que duelen y las llama por su nombre. Sin sentimentalismos. Se abordan cuestiones espinosas como la homosexualidad y el trauma de la guerra. Es consciente del daño que hacen a los hijos los matrimonios rotos y no camufla los egoísmos. Ama la ciudad de Nueva York a la vez que reconoce la soledad en que viven miles de personas. La vida es difícil pero hay cosas valiosas: la bondad de los desconocidos, el valor de aprender a disimular los errores de los demás o la importancia de demostrar que se quiere a otro con hechos aunque no se le diga con palabras.
La infancia cuenta mucho, y a ella le tocó pasarla en la pobreza y la marginación, en una familia verdaderamente malsana (aunque no mala), pero más cuenta lo que hacemos con nuestra vida, nuestras decisiones y nuestro esfuerzo.