Se comentan en este libro un número suficiente de Salmos como para dar expresión a las más variadas experiencias y estados de ánimo por los que pasa el orante, tanto en singular como en su pertenencia al pueblo elegido: desde el sufrimiento y la humillación o la conciencia de injusticia hasta el deseo apremiante de Dios, el júbilo ante las obras de Yahvé, la alabanza o la entrega confiada. Pero lo más significativo es que aun en un mismo Salmo se pase de la opresión y angustia extremas al ser confortado por la misericordia divina, como en el Salmo 17, o en aquel que rezó Cristo en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, que termina con la invocación “Mi alma vivirá en Él” (Salmo 22). ¿Cómo se explica este cambio?
El filósofo Robert Spaemann ha ido escribiendo a lo largo de su vida estas meditaciones que ahora han salido a la luz y en las que expone con gran penetración escriturística y teológica la riqueza de motivos que hay en el Salterio para la oración, sobre todo cuando se lo contempla desde la perspectiva del Nuevo Testamento, que les da cumplimiento en plenitud. En lo que se refiere al interrogante señalado, el autor hace ver cómo las situaciones anímicas más difíciles son transformadas al ser llevadas a la oración, constituyendo un preanuncio de la muerte salvadora de Cristo, convertida en acceso a la Pascua de Resurrección y en alimento del Pan de vida.
Las muy abundantes glosas y comentarios de Spaemann podrían acaso resumirse en el tránsito de lo que empieza siendo una proyección antropomórfica a la experiencia del ser mirado por Dios y referirlo todo a Él. Así al asimilar a un castigo vengativo lo que no es otra cosa que el embocar un camino sin rumbo (el ser “paja que arrebata el viento”), o el representarse como un poder arbitrario lo que es dejar ser a las cosas creadas, como lo manifiesta el sometimiento a Adán del resto de la creación en la forma de poner nombre a las especies vivientes… Diríamos que el primero es un modo primario y cifrado de exponer lo que solo se despliega en plenitud con la llegada del Siervo sufriente de Yahvé, quien trae consigo la victoria al asumir sobre sí los pecados de los humanos y curarles las heridas. “Ser visto por Dios y ver que se es visto por Él: he aquí lo que significa ver el rostro de Dios. Más allá de esto no hay nada que desear ni nada que temer”.