Robert Spaemann es uno de los grandes pensadores vivos. Pero al ofrecer sus reflexiones sobre los Salmos no invoca su condición de filósofo ni pretende tener una particular preparación teológica o exegética. Su competencia, dice, es la de ser cristiano –un laico, en su caso– y, por eso, capaz de recibir en la fe la Escritura y orar con ella.
En este volumen, sobre una selección de los Salmos 52-150, como en el que dedicó a los anteriores, se ve cumplido lo que Benedicto XVI explicó en una de sus catequesis. “En los Salmos, la Palabra de Dios se convierte en palabra de oración”, y así, “quien reza los Salmos habla a Dios con las mismas palabras que Dios nos ha dado”. Spaemann no hace propiamente unos “comentarios” a los Salmos: ora con ellos, y da al lector el fruto de su meditación.
Cuando en el Salmo 119, 27, Spaemann lee “meditaré tus maravillas”, se le muestra otra forma de ver el mundo. El amanecer de hoy ya no es solo uno más de la serie, sino un acontecimiento singular que inaugura un día único en mi vida; no algo trivial simplemente garantizado por las leyes cósmicas, sino un don del Autor de las leyes, una maravilla por la que dar gracias.
La presencia del mal y la ventaja del inicuo, tan agudamente sentida en los Salmos, es meditada por Spaemann con todas sus aristas. Con su silencio, con su no impedir el mal, Dios se hace vulnerable a la acusación de complicidad o impotencia. La fe del orante no resuelve el misterio, pero eleva la mirada por encima de las categorías racionales. Y descubre, sin acabar de comprender, que Dios no cierra al hombre el camino de la libertad, que su paciencia es misericordia y que es capaz de introducir el mal en el plan de salvación.
Spaemann el orante no puede dejar de ser filósofo cuando abre el salterio. Y ello dota a sus reflexiones de especial profundidad. Pero no las convierte en glosas filosóficas de los salmos: son las meditaciones de un creyente que es filósofo. El lector de habla española las tiene a su disposición con toda la fuerza del original gracias al muy buen trabajo del traductor, Fernando Simón Yarza, que lo ha redondeado con referencias y aclaraciones donde realmente son oportunas.