Debate. Madrid (1998). 182 págs. 3.990 ptas. 1963. Traducción: José María Valverde.
Sin duda, una de las más formidables emigraciones de intelectuales ha sido la protagonizada por los alemanes de la primera mitad de este siglo. En esta dispersión hacia puntos varios de Europa y del otro lado del Atlántico, Aby Warburg fue a parar a Londres, donde el instituto que lleva su nombre se convirtió en referente para la Historia del arte hasta hoy. De aquella institución ha sido director E.H. Gombrich, lo que le convierte, siquiera sea sólo por eso, en pieza clave de la transición de la tradición alemana a la lengua inglesa, junto con otros nombres como los de Panofsky o Saxl.
Gombrich quizá sea hoy para la mayor parte de la gente la figura más familiar en este campo científico. Su obra La historia del arte, hoy ya clásica pero no por eso menos vivaz, así como sus colecciones de ensayos, como ésta ahora reeditada, son de obligado conocimiento para quien se tenga por versado en la materia. Pero aun quienes no se consideren expertos, y éstos en mayor medida -ahí quizá el éxito de este autor-, pueden sortear con la ayuda de la pícara luz de Gombrich alguno de los escollos más peliagudos de la teoría del arte contemporáneo, tales como cuál pueda ser el verdadero valor de una obra que pretenda transmitir sentimientos o ideas sólo con formas abstractas.
Siendo éste un punto recurrente en las disquisiciones de Gombrich, podemos, a su luz, conocer algunas de las armas de las que se vale: la psicología del arte, la contemplación de la obra de arte como un fenómeno cultural complejo, la defensa de la necesidad de una forma tomada por el artista de la tradición para conseguir un resultado válido; y éstas junto con otras, más imprevisibles, como la etología, la fisiognómica o el estudio de las viñetas de las publicaciones periódicas.
Todo con el fin de desmitificar la dicotomía entre modernidad y obsolescencia a favor de un arte que refleje valores eternos en su forma imperecedera. Y no es extraño que fuera ésta precisamente la definición de arte de un antepasado intelectual de Gombrich, Burckhardt, que representa la rama tradicional de la historiografía.
Quien quiera conocer el estado de la teoría del arte cuando éste consolidó sus rarezas, que se atreva a montar con el autor en el caballo de madera que, como Malambruno con su Clavileño, le reta a superar sus encantamientos. Y éstos, como es normal, suelen estar donde uno menos los espera.
José Ignacio Gómez Álvarez