En 2010, Soledad Puértolas (Zaragoza, 1947) fue elegida para la Real Academia Española. Ese mismo año publicó Compañeras de viaje, una colección de relatos que compartía con sus libros anteriores una parecida ambientación y temas: historias mínimas, con las que la autora indaga en los sentimientos desvalidos de unos personajes desorientados.
Mi amor en vano insiste en los mismos temas y en la misma atmósfera, aunque en esta ocasión se advierte un desgaste estilístico y una reiteración de efectos intimistas y psicologistas. En ningún momento la novela despega y las poco más de doscientas páginas son un dar vueltas y vueltas a la interioridad de un grupo de personajes que no esquivan ni el tópico sentimental ni el previsible cansancio existencial. La autora, forzando las cosas hasta construir una trama inverosímil, intenta dotar a sus personajes de un interés y una trascendencia literaria que no tienen, y todo lo que se cuenta, con los consabidos altibajos emocionales de sus personajes, se queda en el terreno de la elucubración y el conflicto meramente estilístico y carente de vida.
Esteban se recupera de un trágico accidente que le ha cambiado la vida. Se traslada a un nuevo barrio a vivir solo. Allí conoce poco a poco a sus vecinos, asiste a las clases de rehabilitación e intenta superar el trauma psicológico que han provocado el accidente. Esteban hace en parte de confidente de los personajes con los que se relaciona, de manera muy especial con Violeta y sus padres, los dos antiguos luchadores antifranquistas, anarquistas.
Tanto Violeta como su madre, Dayana, cuentan su vida a Esteban en largas conversaciones en las que sale a relucir la desolación de unas vidas a las que falta plenitud y sobra cansancio vital. Esto contamina el espíritu derrotado de Esteban, quien también, instalado en la atalaya del dolor, intenta superar su crisis personal relacionándose con Teresa, una compañera en la rehabilitación, una mujer casada en plena crisis afectivo-sentimental y quien también tiene largas conversaciones con Esteban sobre el fracaso de su matrimonio y el distanciamiento con sus hijos.
Como suele ser habitual en Puértolas, la trama es tan mínima que se disipa en conversaciones biográficas que en este caso son sosas, sin que ni siquiera alcancen a tener un interés sociológico.