Un libro lúcidamente pesimista, porque no se puede responder de otro modo ante la acumulación de disfunciones y ante el silencio indiferente y cansado de quienes, por trabajar con la inteligencia, deberían suscitar al menos un poco de esperanza: los intelectuales. Bauman dedica mucho espacio a analizar el papel ambiguo, escéptico e interesado de quienes podrían ayudar a ver las cosas de otro modo. Quizá un nuevo tipo de traición, como aquella que tan bien supo describir Julien Benda. Para lo que él llama la elite global el alimentar los miedos es, además de una forma de autoglorificación, un sistema de vida.
No existe un pensamiento crítico que sepa navegar entre los grandes deseos de seguridad y de libertad. La diferencia entre la palabra y los hechos brutos se ha hecho cada vez mayor. El discurso intelectual gira sobre sí mismo, en una sofisticada trivialidad. “Lo incomprensible ha devenido rutina”. Lo solidario se ahoga en su propia retórica vacía.
Al final, Bauman deja caer un poco de esperanza: “El siglo que nos espera podría perfectamente ser una era de catástrofe definitiva. Pero también podría ser una época en la se negociase un nuevo pacto entre los intelectuales y el pueblo -entendido ahora como la humanidad en su conjunto- y se le diese vida. Esperemos que la elección entre esos dos futuros siga estando en nuestras manos”.
Rafael Gómez Pérez