El paso de los años y la lenta despolitización de la vida literaria española del siglo XX está propiciando que se reconozcan hoy más que nunca los méritos literarios y periodísticos del gallego Julio Camba (1884-1962), uno de los mejores periodistas de la primera mitad del pasado siglo XX y a quien muchos otros periodistas, como Josep Pla, César González Ruano y Francisco Umbral, consideraban un maestro. Su obra, que contiene novelas, libros de viajes y recopilaciones de sus excelentes reportajes, está siendo hoy editada por un puñado de editoriales.
Ahora, en Pepitas de Calabaza, una editorial de Logroño, se publica la antología que el propio Camba preparó de sus artículos periodísticos, una excelente muestra de su categoría como columnista y periodista, con unas crónicas muy personales en las que mezcla el periodismo y la literatura.
En 1903 se instaló en Madrid, tras una agitada estancia en Argentina, de donde fue echado por revolucionario, tema que forma parte del argumento de la novela El Destierro. A su regreso a España, muy joven todavía, comenzó a colaborar en la prensa más radical. Al poco tiempo ya era un periodista famoso de Madrid. Escribió en los mejores diarios de entonces y para muchos de ellos ejerció también como corresponsal en el extranjero: Estambul, París, Londres, Berlín, Estados Unidos… Sus crónicas llaman la atención por la calidad literaria y por el original punto de vista con que retrata la vida en estas ciudades y países, como se puede apreciar en esta antología.
Camba fue uno de los periodistas más respetados de su tiempo, pues sus crónicas, magníficas, muy entretenidas, eran muy leídas por todo tipo de lectores, que se identificaban con su estilo ligero y leve, su humor inteligente (a lo Chesterton) y su fina y sana ironía. Para López García, su biógrafo, Camba era “culto sin pedantería y ameno sin frivolidad”. Él se consideraba discípulo de Azorín y de Pío Baroja, escritores con los que mantuvo una intensa amistad, lo mismo que con Valle-Inclán, Rubén Darío y Ortega y Gasset. Su anarquismo inicial derivó posteriormente en un individualismo aristocrático y egoísta que cultivó durante toda su vida.
Apoyó la II República, aunque pronto se sintió defraudado. Sin que fuese un escritor descaradamente político, defendió la intervención del bando nacional, lo que le ha acabado pasando factura en la historia del periodismo, como confiesa Manuel Jabois, autor del prólogo de esta edición. Amante de la buena mesa, se dijo de él que tenía mejor despensa que biblioteca. Con mucho humor, Camba declaró: “Creo que el amor, en la amistad y en el arroz a la valenciana”.
Sus artículos están escritos, al principio, imitando el estilo de Azorín, su declarado maestro. Luego, poco a poco fueron ganando en originalidad, humor e intensidad literaria. Durante la primera mitad del siglo XX fue reconocido como uno de los mejores cronistas de la contradictoria realidad española e internacional, aunque sus artículos tienen la habilidad de escapar del significado estrictamente político para convertirse en una mezcla de artículo de costumbres, de crítica, de política y de humor. Y es que Camba aborda todo tipo de asuntos con una desganada ligereza, con un estilo aparentemente leve e intrascendente y con un toque irónico con el que describe sus impresiones personales sobre la sociedad de su tiempo. Sus observaciones resultan muy agudas y en sus impresiones costumbristas y antropológicas, nunca sesudas, suele dar en el clavo.
En estos artículos aparece, pues, lo mejor de Camba, su fina ironía, su sutil inteligencia, su tono levemente superficial y anecdótico, y su asombrosa capacidad para, partiendo de una intrascendente anécdota, mostrar aspectos divertidos, insólitos y clarificadores sobre la realidad que le tocó vivir. Aunque, insistimos, no es Camba un periodista que utilice el periodismo para hacer política.
Poco a poco, pues, Julio Camba empieza a ocupar el lugar que se merece en la historia del periodismo español. Y es que leyendo estos artículos resulta indudable su magisterio sobre varias generaciones de columnistas, que aprendieron de Camba a rebajar el tono grandilocuente y apocalíptico y a utilizar la ironía, el humor y el desenfado.