Bruckner es un ensayista francés con buena capacidad de divulgación y una evidente habilidad para poner el dedo en la llaga. Son cualidades presentes en La tentación de la inocencia (ver servicio 138/96) o La euforia perpetua (ver servicio 139/01). Bruckner colabora en Le Nouvel Observateur y una novela suya, Lunas de hiel, ha sido llevada al cine.
Esta vez llama la atención sobre los excesos, de fondo y forma, que se cometen en el análisis del sistema del libre mercado: o bien es la piedra filosofal, o bien es el responsable de todos los males de la humanidad. El autor, con estilo ameno y sencillo, pasa revista a algunos de los logros del mercado y de la prosperidad -evidentes pero olvidados- y a algunos de sus errores, apuntando a que estos, generalmente, son fruto no del sistema en sí, sino, sobre todo, de la avaricia, soberbia, egoísmo, etc.
Bruckner es inteligente y divertido cuando caricaturiza la pretenciosidad del nuevo mesianismo comercial, enturbiador de la propia naturaleza de la empresa. No salen mejor parados los herederos del 68, hoy agrupados en el movimiento antiglobalización. Y es que los tópicos, y sobre todo la ignorancia, parecen arraigar entre los defensores acérrimos que hacen del mercado una religión pero, también, entre los furibundos enemigos.
Cabe achacar a este entretenido ensayo una evidente falta de profundidad, tanto en el diagnóstico como en la alternativa propuesta por Bruckner de «no ponerse ni en contra ni a favor del capitalismo, sino al lado». Para desacralizar el capitalismo hace falta manejar un modelo de persona que al ilustrado de Bruckner le cae bastante lejos.