Diversos estudiosos coinciden en diagnosticar que la modernidad concluye en una crisis de sentido. Esta consideración, que parece común a izquierda y derecha, ha sido observada desde la filosofía, la antropología y la sociología. El libro de Berger y Luckmann aporta una interesante reflexión desde la última, con todas las grandezas de ésta y, también, con algunos de sus límites, sobre todo por la dificultad de comprensión para el lector que no es sociólogo.
Los autores comienzan su exposición matizando precisamente la convicción de que “esta crisis” sea única o distinta a las experimentadas en otras épocas históricas. Para esto elaboran su propia definición de sentido, conciencia, experiencia, vivencia, institución, comunidad de vida, comunidad de sentido, etc. Este apartado, que puede facilitar para algunos lectores la comprensión y «sentido» de los términos empleados, es muy posible que sea juzgado por otros como excesivamente sociológico, pero, de nuevo, el libro es de dos sociólogos, no filósofos.
Hecha esta salvedad, el análisis de ambos autores puede ser considerado en toda su valía. Huyendo del tono apocalíptico, el libro explica las condiciones generales para la aparición de la crisis de sentido, diferenciando las subjetivas y las intersubjetivas. Si bien ambas y en distinto grado pueden observarse a lo largo de la historia, cuando éstas se producen de forma masiva, si llegan a transformarse en un problema social generalizado, las causas no son el sujeto sino un determinado tipo de estructura social que no es el simple pluralismo (existente en otras épocas) sino el pluralismo moderno.
Sin duda alguna esta matización de conceptos que recorre diferentes épocas históricas posibilita la conclusión del libro que, frente a la reacción relativista o la tentación fundamentalista, propone una tercera vía. Aprovechando los logros de la modernidad pero sin caer en su celebración acrítica, esta tercera vía señala a las instituciones intermedias como comunidades de sentido. Qué sean esas instituciones intermedias es algo que los mismos autores consideran de difícil definición. Pero si atendemos a su indicación de que son reconocibles más por sus efectos que por lo que digan de sí mismas, el lector quizás tendrá una pista.