El próximo 23 de mayo se celebra en San Salvador la beatificación de Monseñor Óscar Arnulfo Romero (1917-1980), que murió asesinado de un disparo mientras celebraba misa. Su denuncia de las condiciones de vida de los campesinos y más desfavorecidos y la crítica a la violencia convirtieron al arzobispo de San Salvador en un personaje popular, pero también en una figura polémica. En Monseñor Romero, un libro de Roberto Morozzo que se ha vuelto a sacar a la venta con motivo de su beatificación, se ofrece un solvente perfil biográfico, que destaca su valía humana, su profunda vida espiritual y su amor por la Iglesia.
Cerca de los pobres
La labor pastoral de Romero no fue fácil. El Salvador se había convertido en un lugar especialmente peligroso y violento debido al enfrentamiento entre la extrema derecha y la guerrilla. Ni sus homilías ni sus diarios personales dejan duda de su fidelidad al Magisterio, pero tampoco de su valentía en la denuncia de la injusticia social, la represión política y la condena absoluta de la violencia. Porque, en realidad, Romero no fue polémico, pero sí el contexto político en el que ejerció su ministerio.
El arzobispo siempre había defendido a los campesinos pobres y denunciado sus míseras condiciones de vida
Como indica Roberto Morozzo, el mito del Romero revolucionario fue orquestado por los grupos de extrema izquierda, que se siguen apropiando de su memoria y que tergiversan su mensaje, subrayando lo político y orillando su sentido espiritual. Romero estuvo cerca de los pobres, pero dejó claro que toda respuesta política es superficial. Y que en ningún caso puede estar justificada la violencia. La liberación era, para él, ante todo espiritual y pasaba por la conversión del pecador, rico o pobre. Su permanente lucha interior, su preocupación por seguir los consejos de Roma y su intensa vida de piedad atestiguan la heroicidad de este mártir tardío del siglo XX, como lo denominó Juan Pablo II.
La supuesta conversión
Algunos han comentado que Romero vivió una conversión tras ser nombrado arzobispo, es decir, que emprendió un extraño y revolucionario camino de Damasco, en virtud del cual transformó su actitud fría y conservadora y llegó a ser un ferviente defensor de la teología de la liberación. En esta narración, el detonante habría sido el asesinato de Rutilo Grande, amigo suyo y promotor de las comunidades cristianas de base entre el campesinado pobre. Ante la negativa del gobierno a investigar la muerte de Grande y asumir su responsabilidad, Romero se habría radicalizado y comenzado una pastoral de marcado carácter político.
Sin embargo, para Morozzo, buen conocedor de la vida del arzobispo salvadoreño, no hay propiamente una conversión. “No he cambiado mis ideas”, confesaba el propio arzobispo, que siempre había defendido a los pobres campesinos y denunciado sus míseras condiciones. Como arzobispo de San Salvador, su relevancia pública aumentó considerablemente y se convirtió en un personaje central de la vida salvadoreña, seguido por multitud de fieles, pero concitando también la sospecha y la enemistad de quienes desde el poder lo veían como un agitador.
Romero no fue un mártir de la revolución, sino un ejemplo de coherencia cristiana entre extremismos violentos
Es importante desestimar la quiebra en la biografía del arzobispo, porque en ese hipotético viraje se sustenta la leyenda del Romero radical y liberacionista. No es fácil sustraerse a la tentación de interpretar todo hecho o manifestación en términos políticos, en un marco tan virulento, oscuro y maniqueo como el que precedió a la Guerra Civil salvadoreña. La oposición a los abusos del poder, la denuncia de la falta de democracia y la crítica a ciertas políticas oligárquicas y represivas nacían de las convicciones cristianas de Romero, no de su querencia ideológica.
Romero salió en defensa de los derechos de la Iglesia y de los cristianos en un momento en el que se asesinaba a los sacerdotes y a los creyentes. En sus diarios se percibe su voluntad por evitar la politización y su lucha por restar peso a las influencias ideológicas en las comunidades de base y asociaciones cristianas. No es, pues, un mártir de la revolución, sino un ejemplo de coherencia cristiana y fidelidad a Cristo y a la Iglesia.
El compromiso de un mártir
Han pasado ya 35 años desde el asesinato de Romero que, entre otras cosas, precipitó la Guerra Civil que sufrió El Salvador durante la década de los ochenta. Tras el fin de la Guerra Fría, la mirada sobre su vida y su obra debería ser más desapasionada. Es la que intenta ofrecer Roberto Morozzo en esta detallada biografía, que enfoca a Romero desde la perspectiva correcta, la religiosa.
Para el cristiano de hoy, al que el Papa Francisco ha animado a salir a las periferias y a profundizar en el servicio a los pobres, la figura del mártir salvadoreño es instructiva y estimulante. Con esta biografía, en la que abundan textos personales de Romero, se puede entender mejor el compromiso al que está llamado todo fiel y la importancia de la vida espiritual y la oración en situaciones extremadamente complicadas, cuando la defensa de las convicciones cristianas puede acarrear el martirio.