Tusquets. Barcelona (1994). 145 págs. 1.200 ptas.
La anterior novela de Luis Sepúlveda, Un viejo que leía novelas de amor (ver servicio 49/93) fue, a pesar de sus limitaciones, uno de los éxitos editoriales del pasado año. Mundo del fin del mundo ya fue publicada en una editorial modesta, después de recibir el Premio de novela corta Juan Chabás, del Ayuntamiento de Denia. El éxito de Un viejo… está arrastrando al resto de la producción del hasta hace poco desconocido Luis Sepúlveda (Chile, 1949), exiliado e impenitente viajero.
Mundo del fin del mundo es un declarado homenaje a Moby Dick, ya que también trata de la caza de ballenas. El narrador, un periodista chileno que vive exiliado en Alemania, ha decidido tomar parte activa en la defensa de los ideales ecologistas. Antes de realizar un viaje a su país para desenmascarar una ilegal caza de ballenas frente a las costas del sur de Chile, recuerda un episodio de su adolescencia, cuando con dieciséis años, entusiasmado después de la lectura de Melville, participó en una expedición en busca de ballenas. Este episodio es el más interesante de la novela, escrito con un estilo que, salvando las distancias, recuerda las historias marítimas y aventureras de Jack London, Stevenson y Melville.
La segunda parte, escrita con un estilo más periodístico, relata las pesquisas casi policiales que los miembros de Greenpeace y Arco Iris llevan a cabo para impedir la masiva caza de ballenas que hacen algunos barcos japoneses. Uno de ellos ha sufrido un extraño accidente en aguas de la Patagonia. El narrador regresa a su país para aclarar lo sucedido y echar una mano a los ecologistas chilenos. El viaje hasta la Patagonia es lo más destacable de la parte final de la novela.
El autor sabe manejar unos valores que están en alza hoy en día: el ecologismo, la denuncia contra los que destrozan la naturaleza, la defensa de las poblaciones indias… La novela es breve, se lee bien, el autor sabe contar historias, pero… hay un lastre de didactismo -al servicio de un ecologismo fácil, además- que la encorseta y que impide que se desarrollen más los elementos puramente literarios.
Adolfo Torrecilla