Hace seis años, el periodista Fernando de Haro se embarcaba en un ambicioso proyecto. Quería realizar una radiografía del mundo para identificar aquellos lugares en los que los cristianos eran perseguidos por su fe. La hizo a distancia, y quedó recogida en Cristianos y leones. Pero, al terminarla, se dio cuenta de que no podía hablar de una realidad sin aproximarse a ella, sin hablar con sus verdaderos protagonistas. Tomó entonces conciencia de que debía ir a los lugares donde se estaba produciendo la persecución.
Desde entonces ha viajado a Egipto, Nigeria, India, Siria, Iraq, China y Tierra Santa. Emulando a Heródoto y a Kapuscinski, sus trabajos literarios o audiovisuales describen una realidad no suficientemente conocida y se han convertido en una referencia del periodismo de campo y de la corresponsalía humanitaria, en una época en la que lo cómodo es hacerlo todo a través de la pantalla. El autor de No me lamento denuncia la persecución de los cristianos en el mundo, pero sus textos constituyen también una reivindicación del buen periodismo que debería enseñarse en las universidades.
La expedición que el periodista narra en este libro, acompañado como siempre por su inseparable amigo Ignacio Giménez Rico, fotógrafo y realizador, tiene como destino la India, un país al que, como explica, es muy fácil viajar como turista, pero que resulta muy difícil visitar si tu intención es denunciar las penosas condiciones en las que viven algunas minorías.
Estas páginas introducen al lector en el contexto cultural de la India y en sus paradojas. Se trata de un país en el que conviven dos realidades contrapuestas: la miseria más absoluta y unos niveles de creatividad e innovación empresarial propios de la vanguardia mundial. Pero lo que interpela a Fernando de Haro es la sociedad de castas vigente. En ese entramado de recelos, normas y desprecios, lo más significativo es que la crueldad con la que se trata a los parias –dalits–, situados en la última parte del escalafón, se agudiza si estos abrazan el cristianismo, algo terminantemente prohibido para los hindúes.
A pesar de ello, en las conversaciones que el autor mantiene con algunas de las personas que han sido hostigadas por su fe, aflora siempre una idea que Meena Barwa, una religiosa menuda, verbaliza con un “no me lamento”, expresión que muestra lo que la fe en Cristo ha supuesto para ellos y que ninguna forma de acoso –ni los atentados ni las violaciones– puede extinguir.
El testimonio de tantas personas anónimas ha tenido también un poder transformador para el propio Fernando de Haro, ya que le ha permitido pasar de una mirada en la que primaba la denuncia a otra que pretende subrayar el gran tesoro de humanidad y de fidelidad de estos mártires y testigos del siglo XXI.