Premio Ateneo Jovellanos (1994). Gijón. 47 págs.
Con un título como Noche a noche, es imposible no pensar en la noche de todos los tiempos: en la noche del Nuevo Testamento, en la de Dante, en la de San Juan de la Cruz, en la de Novalis. El lector no debe llamarse a engaño, porque diurno es el universo de este libro, diurnas sus imágenes y diurno su mensaje. Es cierto que estos autores están presentes en la poesía de Insausti, pero su ámbito más próximo es aquel en que se mueven Claudio Rodríguez o el Unamuno más castellano.
Probablemente, esta apuesta tan tradicional en el panorama finisecular que vivimos sea, de alguna forma, una actitud de callada rebeldía, pues el autor sigue considerando que la poesía tiene un valor revelador, que las palabras tienen significado, que con ellas nos acercamos a las cosas.
Cuando Insausti nombra la encina, el henar, los almendros o el aire parece como si quisiera hacer ver todo ello; y más que ver, oler; y más que oler, tocar. Todo se resuelve en un anhelante deseo de proximidad a la realidad callada, pero elocuente del mundo en torno: «Despierto, qué cerca / el campo, la hortiga, el brezo / contemplados. / Nadie en mi ventana. / Cerca lo cercano». Y cuando la lejanía en el tiempo y en el espacio vienen a asolarlo todo, la memoria se convierte en el eterno aliado del poeta.
Entre las virtudes de esta poesía están la sinceridad y la profundidad. No siempre la exactitud, porque se corre el albur de mostrarse demasiado oscuro sin necesidad. Aunque pueden encontrarse ciertos excesos discursivos, no es éste el caso de Insausti, cuyo universo es coherente y sólido como sus imágenes. Y no sólo eso: a la riqueza conceptual se añade esa facilidad para atraer los sentidos que tanto se añora en los herméticos y aburridos poetas del silencio. Aquí, en cambio, la sonoridad firme del endecasílabo resuena extraordinariamente bien en la memoria del lector atento.
Javier de Navascués