Pierre Lemaitre (París, 1951) es autor de cinco novelas policiacas. Nos vemos allá arriba ha sido un fenómeno literario en Francia con un millón de ejemplares vendidos y ha obtenido el premio Goncourt. En esta novela combina varios géneros: la novela bélica –postbélica más bien-, picaresca y de aventuras. Destila humor, amor, crónica social y drama con un resultado deslumbrante.
El relato arranca con una absurda batalla a finales de la entonces llamada Gran Guerra y que luego se convertiría en la I Guerra Mundial. El teniente Pradelle, ansioso de obtener una condecoración antes de que la contienda termine, manda a una misión a los soldados Albert y Édouard. Este episodio unirá la trayectoria vital de los tres en una rocambolesca trama que mantiene al lector en vilo hasta la última página. Albert y Édouard decidirán, arrastrados por las dolorosas heridas físicas y morales de la guerra, comenzar una nueva existencia.
La novela avanza a un ritmo trepidante. Los personajes están magníficamente retratados y el argumento se sustenta sobre una seria labor de documentación. Se mezclan dos tramas. Una, real, es el escándalo que se produjo en Francia en 1922 con motivo de los enterramientos de los caídos. La otra, ficticia, es el timo urdido por Albert y Édouard para enriquecerse a costa del fervor patriótico que lleva a muchos ayuntamientos a encargar monumentos conmemorativos de los soldados muertos en la guerra.
La postguerra saca lo mejor y lo peor de las personas. Lemaitre retrata un país material y éticamente arrasado. Los políticos son corruptos y sin escrúpulos, como también lo son los que integran las capas sociales más desfavorecidas que tratan de abrirse un hueco a cualquier precio en aquellos años tan difíciles; los burgueses se aprovechan de las chicas de servicio; los alcaldes abusan de las secretarias; entre la clase alta el adulterio es casi una señal de distinción masculina y tampoco los miembros de las clases bajas se libran de los devaneos sexuales.
Lemaitre compensa este cuadro con los detalles de humanidad que presiden las relaciones entre algunos de los protagonistas. Al final, los ¿buenos? se llevan el gato al agua. Albert y su compañero inspiran lástima y quizá por eso se ganan nuestra simpatía. En un mundo injusto, por fin la suerte parece sonreír a quien más lo necesita, aunque sea con media sonrisa.