Alain Finkielkraut, uno de los más importantes filósofos franceses actuales y profesor de Filosofía en la Escuela Politécnica de París, ha recogido en este libro cuatro de sus lecciones magistrales en las que enjuicia a la modernidad y de paso a la posmodernidad, que no es ruptura sino consecuencia lógica de las tesis racionalistas de los modernos. El autor critica todo ese antropocentrismo, surgido en el Renacimiento y que ha desembocado en un culto fanático a los avances de la ciencia y la técnica, pues va contra la sabiduría de los griegos y el propio sentido común.
Finkielkraut no cuestiona las buenas intenciones de modernos como Galileo y Descartes, pero advierte que los procesos desencadenados por la razón pueden no tener nada de razonable. Y es que el hombre moderno desprecia los consejos de mesura predicados por los clásicos y quiere imponerse a la naturaleza con toda clase de artefactos para afirmar su libertad sin límites. Pero si además el racionalismo se intenta aplicar a la política por medio de la búsqueda de sociedades perfectas, el resultado es una irracional violencia, bien sea en la versión de Robespierre o bien en la de Lenin. La política se convierte así no en un lugar de encuentro sino en un frente, en la guerra por otros medios.
En este filósofo de origen judío se aprecia una nostalgia de lo sagrado, cuyo eclipse ha sido paralelo al auge de la modernidad. Sin embargo, su humanismo se centra en el elogio de la poesía y de la literatura, en la sencillez y espontaneidad de las abejas frente a las aparentemente consistentes construcciones de las arañas, según expresara Jonathan Swift. Es un filósofo que admira la poesía de Péguy, la filosofía histórica de Tucídides, la capacidad introspectiva de las novelas de Proust y quizás, sobre todo, la humanidad de los personajes de Chéjov, compatriota de aquel despiadado ingeniero social que fue Lenin.
Se podría decir que para Finkielkraut sólo la belleza de la literatura nos salvará –¿o nos hará evadirnos?– de las terribles realidades que ha podido desencadenar el racionalismo desbocado.