Alfaguara. Madrid (2006). 211 págs. 16 €.
Luis Goytisolo (Barcelona, 1935) aborda en este libro dos tareas bien distintas que acaban revelándose como una sola. En primer lugar, la novela da cuenta del esfuerzo de Ramón, un pintor de prestigio, por escribir unas memorias que sirvan no sólo para narrar su vida sino también para ilustrar sus creaciones. Paralelamente se reconstruye parte de la historia de Miralrío, un pueblo donde todavía arrastran las consecuencias de una guerra civil -sin especificar cuál- acontecida décadas atrás.
Las dos líneas confluyen en el personaje de Ramón y su infancia en Miralrío, pero, más importante, las dos tienen en común la reflexión acerca de cómo la vida, los hechos y la verdad son susceptibles de falsearse y convertirse en otra cosa. Del mismo modo que un hombre puede inventar su biografía (resulta significativa la duda del protagonista entre clasificar su libro en la categoría de memorias o de confesiones), un pueblo es capaz de traicionar su historia y crear otra que le convenga más, que le dote de un rostro más amable.
Ambas tramas se alternan, presididas por un primer capítulo brutal que introduce al lector de un empujón en la novela y establece un clima fatalista que ya no la abandona hasta el último párrafo.
Lo que no es tan constante es el interés de las distintas partes del libro. Las memorias de Ramón son a ratos convencionales, mientras que las indagaciones en Miralrío parecen concentrar las mejores cualidades de Goytisolo para la descripción y la narración de acontecimientos. En estas páginas aparece la figura de El Indiano, un observador que reflexiona con pesimismo y agudeza sobre cuanto le rodea. Suyas son estas palabras, que dejan ver el fondo ideológico de la novela: «Las naciones se entregan a fantasías acerca de sus orígenes y sus peculiaridades que poco tienen que envidiar a las que elabora la mente enferma de un mitómano. Y a semejanza de lo que sucede con ese mitómano, cualquiera de las explicaciones representa la solución de un problema personal para todos y cada uno de sus miembros».
A pesar de sus irregularidades, hay que apreciar en «Oído atento a los pájaros» el cuidado con que Goytisolo elabora su prosa, sin conformarse con clichés o con la fórmula más sencilla. Su estilo revela, cuando menos, el respeto por un lector al que considera inteligente, un peldaño por encima del que se nutre de subliteratura.
Esther de Prado Francia